.


MENÚ

"Es la mundanidad humana la que salvará a los hombres de los peligros de la naturaleza del hombre"
Hannah Arendt

15 mayo, 2017

La voz desencarnada


Juan Cristóbal Castro
-“¿Cual revolución? Si este gobierno es hambre, miseria y corrupción”
-“¿Quiéeenes somos? Venezuela. ¿Queeé queremos? Libertad”

I
La pregunta es pertinente: ¿cómo es la voz del pueblo cuando la secuestran? Sin duda altisonante, a tal punto que no deja escuchar otras modalidades. Sus falsos intérpretes, ventrílocuos ideológicos que trafican con fantasmas, la ponen a funcionar con cantos épicos de un supuesto pasado glorioso, con modulaciones grandilocuentes de otros tiempos, con retóricas incendiarias y dramatizaciones polarizadoras y victimarias.
La confeccionan para ser parte del cuerpo trascedente de un líder, títere siniestro, y la proyectan en audífonos, murales, desfiles, cadenas de televisión y radio. El pueblo así es visto como algo homogéneo y se “expresa con una misma voz”, tal como describe Pierre Rosanvallon al hablar de la noción que tenía Carl Schmitt del mismo, tan afín a  las concepciones de Ernesto Laclau y otros teóricos decisionistas del chavismo.
Hablan de un hombre nuevo, de una encarnación revolucionaria, de una segunda venida del pobre desdeñado, del sujeto latinoamericano. Redirigen mitos y los maniobran.
Así, con frialdad de un adivino que juega con predicciones dudosas, dejan vibrar esa voz bajo una estela constante que busca romper con la resistencia de conciencias individuales, espacios privados, derechos singulares, disidencias heterogéneas,  lugares autónomos. Con ello  se busca, como las valquirias de Wagner, penetrar en todas partes con el hechizo altisonante. ¿Cómo frenarla, cortarla y pluralizarla? ¿Cómo desarmar su dispositivo sonoro para sacarla del cuerpo que la ha secuestrado, del líder que la ha encarnado, y ponerla a funcionar de nuevo en los reclamos de una vida digna y justa?
La respuesta es difícil. Siempre es complicado pelear contra los dioses cuando los hombres usan sus cantos, y más aún mostrar que sus paraísos en la práctica pueden conducirnos a temibles infiernos. Se ha tenido que llegar al hambre, a las calumnias, a los golpes, a jugar el juego de quien nos niega, a los maltratos y las desconfianzas, para ir mostrando el secuestro, para ir desnudando la falsedad, esperando con dificultad el traspiés, el ruido inesperado que saque la voz del lugar donde la secuestraron.
Pero ese tiempo empieza de muchas maneras y toma energía en madurar. Puedo recordar ahora un momento, tan prosaico y significativo como los que verdaderamente cambian la historia, tan local y distorsionante como sucede en todo acontecimiento discontinuo.

II
… lo inaudible se hace oír, lo imperceptible aparece como tal:
ya no el pájaro cantor, sino la molécula sonora
Gilles Deleuze/Félix Guattari

Empieza en un funeral con unos estudiantes a comienzos del siglo XX, cuando el dictador Juan Vicente Gómez encarnaba al pueblo desde su origen campechano. Un momento significativo que, a decir de Manuel Caballero, “se produce la separación entre el país que habla y el país que calla”.  Ahí se logró un corte, un desvío, rompiendo la sonoridad del poder en su momento más abusivo, en el que se dio esa “hendidura” de la cual habla un hermoso poema de Rafael Cadenas, gracias a la cual el país “busca su verdadero rostro para curarse”.
Un gesto sonoro que comparte las búsquedas por el reconocimiento de los registros regionales en poemas de un Andrés Eloy Blanco o un Antonio Arraíz, o de las búsquedas de una sonoridad híbrida, entre irónica y experimental, de un Salustio González Rincones, parecidas a lo que en el Caribe  mostraron autores como Nicolás Guillén con Sóngoro cosongo o Luis Pales Mato con su fascinante Tuntún de pasa y grifería.
El canto canta:
¡Alá y Balaja! ¡Sigala y Balaja! 
-Sacalapatalajá!
-¡Sigala y Balaja! 
-Sacalapatalajá!
-¡Y Ajá! ¡Y Ajá! ¡Y Sacalapatalajá!
-¡Y Ajá! ¡Y Ajá! ¡Y Sacalapatalajá!
-¡Y Ajá! ¡Y Ajá! ¡Y Sacalapatalajá!

Surge escuchando el ceremonial de unos rabinos en el velorio de un profesor judío. Se le adjudica la autoría, si seguimos la versión de Miguel Otero Silva, a un estudiante de apellido Estanga, quien además era provinciano y mulato; como toda gesta verdadera, no importa quién haya sido, salvo alguien que es uno y varios a la vez; hermosa aporía de los pueblos: siempre singulares y plurales. Su poder es anónimo y colectivo.
El ceremonial inesperado y performativo se revestía de celebración y crítica. Los estudiantes se reunían, agarrándose de la mano, y uno de ellos se colocaba en el centro llevando la iniciativa del canto, mientras los demás le respondían y bailaban, sacando las piernas como un baile ruso.
Se cantó y se bailó bajo palabras desarticuladas., sonidos de otros idiomas que se fusionaban con tonalidades regionales. Era abierto y heterogéneo. Rompía diferencias de clase, de identidades. Y es que así habla el pueblo de pronto cuando menos no los esperamos; es casi una reine Sprache en términos de Walter Benjamin: lugar de cruce de discontinuidades sonoras y verbales donde se unen sujetos y tradiciones diferentes, donde la voz y el cuerpo se rebelan contra las determinaciones del poder y sus formas de encarnación.
III
Levanté la voz. Sé que nunca debo hacerlo,
porque no logro detenerme. Mi voz sale y se
devuelve. Me amarra y se marcha. Ella queda
afuera, viéndome y yo hablo, me reviento los
oídos y la lengua, hasta que regresa y me calla,
atravesada en mi garganta.
Miyó Vestrini

Hoy se abre de nuevo un espacio de discontinuidad con un fervor nunca antes visto en la historia del país, mostrando otra vez el síntoma de la falsa armonía del poder, de su proyecto paradisíaco. Time is out of joint.
El pueblo, o los pueblos, salen otra vez y reclaman su voz, entre el ruido y el silencio, entre la vociferación discontinua y el reclamo lógico. Sale y salen con la vanguardia de sus estudiantes exponiendo de nuevo sus cuerpos, sus carnes, sus miembros, y en ellos surgen esas otras voces del pasado que se opusieron a Guzmán Blanco, a Gómez, a Pérez Jiménez, a los excesos y arbitrariedades que hubo también en la democracia. Van desarmando los límites territoriales y políticos: Oeste contra Este, chavistas contra opositores, pueblo contra élite.
 Es una voz, llena de voces, que sale luchando contra los dispositivos simbólicos que han querido vincularla al poder, contra la sobre-dramatización mediática que trivializa sus gestos y su desamparo, contra el consenso latinoamericanista que hubo en la región y que todavía busca minimizarla, contra los prejuicios neocoloniales que sostienen desde afuera que no somos un pueblo democrático y por eso la violencia militar es necesaria. Contra eso, y contra otros factores más, el pueblo se expone. Exposición que a su vez muestra su vulnerabilidad. Como diría Georges Didi-Huberman, los pueblos, al estar expuestos, están en peligro, pues están siendo vulnerados. Sólo se exhiben ante el teatro de lo público y lo mediático “por el hecho de estar amenazados”.
No es asible, asimilable, la voz de este pueblo, que es una y muchas a la vez, y que irrumpe durante cuarenta días en una acontecimiento inesperado. Se mueve en los cortes y las fisuras de las políticas de la representación de estos tiempos cínicos lleno de post-verdades.
Por un lado, está la mediatización sensacionalista que circula en programas de televisión, domesticando el dolor, acostumbrando al espectador a lo intolerable; si bien los nuevos medios muestran esas zonas de lo real que el gobierno quiere negar en lo que el crítico Gonzalo Aguilar ha llamado “bioimagen”, también exponen estas regiones en su reproducibilidad a modelos de construcción representacional amarillistas y hasta triviales de las grandes cadenas de TV. Por otro lado, está la prohibición del Estado Nacional que se mueve al mismo tiempo operando bajo varias formas de intervención; los hechos que se le escapan con la censura, los atrapan después dentro un marco interpretativo en el que se imponen los residuos de la geopolítica chavista, de la marea rosa, de la colonización de un pueblo mitológico latinoamericano que ellos mismos “encarnan”.
Sin embargo, la voz ruidosa, plural, quejumbrosa, no se cansa. La vemos penetrando lo mecanismos de la censura, entre videos de aficionados y cámaras de periodistas extranjeros. La vemos irrumpiendo el miedo, luchando entre balas inesperadas de colectivos miserables, tan idealizados por académicos descoloniales y postsubalternos. La vemos ahí, saltando bombas lacrimógenas llenas de humo pernicioso, lidiando con barreras y cruzando hasta el río Guaire.
 La vemos en los rostros de las víctimas que han matado; en esa señora que salió, exponiéndose, a parar una tanqueta con gran valentía; en el coraje de ese muchacho sin camisa que, en medio de una abatida sin compasión de la Guardia Nacional, seguía tocando cual “Florentino contra el diablo” el cuatro; en el cuerpo desnudo de ese otro muchacho que interpeló a las tanquetas recibiendo perdigonazos por toda su piel.
Siguen y siguen. Se ven en las acciones de los artistas Erika Ordosgoiti, Iván Oropeza o Cristobal Ochoa; en la intervención frente al Teresa Carreño con la pancarta “Salimos del Guaire limpios de conciencia”, en orquestas que tocan música clásica en la calle, en músicos con capuchas que confrontan los perdigones en lo que podemos llamar como la “rebelión de los violines”, y en grupos de tambora que cantan pidiendo paz para el país y prosperidad. También la vemos en las marchas con mujeres desnudas, mostrando sus partes íntimas, sus pechos con cicatrices ante militares o policías de una Gobierno de acento machista y homofóbico, o en las protestas de gente mayor de edad, que siguen impertérritos antes los acechos de la Guardia Nacional y los colectivos.
Siguen los ruidos proliferando y crecen y se diseminan las intervenciones. Se ven marchas pacíficas de la MUD con ciudadanos vestidos de blanco. Se ven guarimbas en algunos lugares y trancazos en otros. Se ven saqueos, escraches fuera de Venezuela. Hay ira, hay dolor, hay impotencia. La gente está movilizada. Se ven apariciones repentinas en las mañanas por lugares del gobierno, tal como lo han hecho nuestros líderes políticos para exigir respetar la constitución, y cacerolazos en barriadas, o gritos y consignas de protestas en esquinas y calles. Hay vírgenes y santos, hay afiches con rostros de los caídos, hay estatuas de Chávez derrumbándose.
El pueblo habla con muchas voces, repartiendo el ruido y la voz, el silencio y la algarabía bajo otras coordenadas distintas al mandato del bolivarianismo socialista. Reclama ahora mismo el futuro de una comunidad por venir, el proyecto de una republica que reconstruya las piezas sueltas de una melodía discontinua y fragmentada.
III
Esta energía hecha lenguaje impertinente y descontrolado es capaz de desbordar (…), de pervertir sus producciones y hasta de darle visibilidad a otros cuerpos y otras sensibilidades
Gina Saraceni

            Insisto una y otra vez. La voz que se viene escuchando es una voz múltiple, vigorosa, enfadada, de varios sujetos y comunidades, con varias demandas que giran en torno al estado nacional. Una voz que quiere ser oída, que quiere ser vista, que quiere romper el cerco en donde la han puesto para negarla. No tiene un líder que la canalice estratégicamente o que sirva como receptor y modulador de sus diferentes demandas, sino varias figuras y personalidades, y una organización que busca articular sus reclamos.
            Es, como diría Judith Butler, una persona que por unos instantes “habla al mismo tiempo que otra produciendo cierta sonoridad plural inintencionada”. Persona, que en sus orígenes significa “máscara de un actor” pues aparece dentro del teatro de lo publico, y que  es también “la parte más viva de la vida humana, el núcleo viviente capaz de atravesar la muerte biológica”, según María Zambrano. Ella es una y muchas. Muchas voces sonando con sus cuerpos expuestos que se “reúnen en un mismo espacio y tiempo, o a través de circuitos que conectan diversos espacios y tiempos”, como diría Butler.
Durante estos ya casi veinte años ha habido varios dispositivos que la han ido invisibilizando, o en el mejor de los casos neutralizando, bajo una particular economía simbólica.
Recordemos la apropiación del lenguaje público en la introducción de nuevos usos y categorías históricas y nacionales (cuarta y quinta república, patria, pueblo). Recordemos la introducción en ese espacio de léxicos trascendentales (lealtad, traición, revolución). Recordemos también la naturalización de descalificativos deshumanizadores para hablar del opositor (pitiyankee, escuálido, guarimbero, terrorista).
Pensemos además cómo cierta izquierda radical, que bien se casó con el régimen de forma muy ciega, ha venido instrumentalizando la noción de pueblo, multitud, masa, democracia popular, vinculándolo al chavismo como un movimiento de transformación social; lo paradójico es que éste siempre ha hablado dentro del contexto nacional de pueblo de manera orgánica, esencialista y sobre todo excluyente, marcando un adentro de un afuera identitario. Pero igual la maniobra es la misma: controlar en lo interno, mientras que en lo externo se vende otra imagen distinta para ganar complacencia.
Junto a ello está la colonización del espacio público: las calles se cuartaron con marchas, alocuciones, festividades; la televisión y la radio, con transmisiones en vivo de esos eventos en cadena, por no hablar de los pactos con los medios y las respectivas compras para ir progresivamente censurando bajo diferentes maneras. Además casi todos los espacios culturales se tomaron como medios de propaganda, variando en estilo y apuesta, sin obviar cómo fueron precarizando la educación pública y proponiendo todo un sistema alternativo de escuelas y universidades fieles al régimen. De igual modo, si bien en lo formal se daba una apariencia de independencia en las instituciones, los usos e interpretaciones de las leyes que se daban siempre tenían como horizonte último beneficiar la “revolución”, y eso iba desde las trampas para proponer condiciones parcializadas en las elecciones, como las sentencias en contra de políticos o críticos del sistema.
Fueron además capitalizando los barrios como zonas “chavistas”, evitando que sectores opositores participaran y circularan allí. Luego, con los llamados “Círculos bolivarianos” y  “Colectivos”, que una vez fueron agrupaciones sociales legítimas, terminaron de convertirse en grupos armados y para-militares (no todos, por fortuna, pues otros sí lograron mantenerse haciendo labores dignas). Y estos, cuales mafiosos, empezaron a controlar a los ciudadanos de estas barriadas no sólo vigilando sus posiciones políticas y sus modos de circulación, sino sectorizando la misma ciudad, perpetuando así la división que supuestamente el chavismo quería superar y acabar.
La voz que escuchamos ahora pugna por la visibilidad y la audibilidad, deshaciendo el paradigma que determina estos dispositivos y des-encarnando la voz secuestrada. Busca quebrar marcos interpretativos todavía dominantes, incluso a nivel internacional, que seleccionan los ruidos entre un bando y otro, que interpretan las imágenes que circulan todavía con presupuestos de la geopolítica chavista. Busca suturar esos espacios de división para hacerse reconocida en un litigio y negociación mutuo que desemboque en un acontecimiento, en una verdadera transición, en un modelo porvenir donde podamos escucharnos todos de nuevo.