.


MENÚ

"Es la mundanidad humana la que salvará a los hombres de los peligros de la naturaleza del hombre"
Hannah Arendt

04 julio, 2014

¿QUÉ QUEDÓ DEL MANIFIESTO?

JUAN CRISTÓBAL CASTRO
En todos los campos existe una lucha por definir quién decide quién forma parte del campo y quién no. Quién es escritor y quién no.(…) En cada campo, en la poesía por ejemplo, hay un desafío escondido: el derecho a jugar o el fuera de juego. Y una vez que el juego está en marcha, cuáles son las bazas que cada uno tiene.
Pierre Bourdieu

            Célebre es la cita de Sócrates: “una vida no examinada no merece ser vivida”. Ante la estampida de reacciones generadas por algunas posiciones mías y otras personas cercanas contra la exposición Manifiesto País, no dejo de pensar en la bendita frase. Por ella he decidido escribir y, quizás, ganarme más enemistades, ahora que ha pasado el tiempo y podemos ver las cosas con un poco de distancia.
Antes que nada, defiendo mi derecho a disentir, a reservarme el aplauso y no darle “like” a los mensajes que postearon en Facebook los amigos para publicitar el evento. También defiendo la posibilidad de ver con naturalidad, sin complejos o amenazas, la revisión crítica que merecen este tipo de eventos públicos, una exposición que pretende nada más y nada menos que manifestar el “país”. ¿O es que son sólo para el elogio y la contemplación aurática?
No he tenido el propósito de reabrir este debate, si no fuera por esas respuestas destempladas que se produjeron ante los comentarios que di sobre la exposición, y que me hicieron dar cuenta de que algo muy raro había atrás de todo. Si bien algunos se pronunciaron en defensa del evento con respeto, otros, de manera indirecta, descalificaron de antemano, por no decir que fueron muchas veces insultantes y virulentos y, sobre todo, muy contradictorios.
Cinco chantajes emocionales terribles se nos hicieron a mí y a otros que criticamos la exposición, intentando socavar cualquier tipo de reflexión. Los resumo brevemente a continuación, sólo para mostrar cómo hemos aprendido a “tolerar” la disidencia con el chavismo.
Primero, se dijo que criticar el evento revelaba un “resentimiento” por no haber sido invitado, además de abrir (para algunos) las heridas que el chavismo nos había dejado en estos tiempos. Perfecto: entonces se trataba de un homenaje apologista de un grupo que habla de “pensamiento” pero que no permite que otros piensen, reservando el círculo del pensar para algunos privilegiados.
Segundo, se me señaló que como estoy afuera no puedo entender el fenómeno. Perfecto: si bien reconozco esa limitación, también me pregunto –siguiendo ese argumento­– si toda la crítica de arte contemporánea queda invalidada porque quienes la realizan nunca estuvieron en las exposiciones de los vanguardistas y de muchos de los autores o exposiciones que analizan.
Tercero, se advirtió que criticar el evento era hacerle el juego al chavismo por haber maltratado tanto a la cultura. No me convence: además de binario, sigue el esquema de lo que muchos critican del gobierno.
Cuarto, se intentó detener el debate alegando que se debía ser constructivo y dejar la “criticadera” tan “venezolana” (Rayma dixit). Pregunto: ¿acaso unas opiniones en Facebook boicoteaban un trabajo con un enorme respaldo en la redes, en los medios, que terminó muy bien?, ¿o es que mostrar desacuerdo sin descalificaciones es acabar con todo esfuerzo que se haga en el país? Además, yo no trabajo para la Sala Mendoza o para la Cámara Escrita, ni tampoco leo el Manual de Carreño, y no tengo por qué escribirles a los organizadores en privado en nombre de un supuesto respeto que merece su labor.
Y cinco, se me indicó que si tanto critico el evento por qué no hago algo yo igual o mejor. Increíble: bajo esa lógica si confieso que no me gusta una película, por más que argumente mis razones, debo hacer yo mismo una para validarla. Además, yo soy profesor y crítico, no curador o productor cultural, y desde ahí soy criticado por mis estudiantes con evaluaciones que escriben al final, y cuando se trata de una investigación en una revista soy leído por un comité que acepta o rechaza mi escrito. Zapatero a su zapato.
Es posible que mis opiniones fueran duras, pero nunca me expresé sin argumentar. No es mi interés victimizarme, pero quizás habría que reflexionar sobre la manera en que se personaliza todo entre nosotros; en este aspecto las redes no contribuyen: arman círculos de amigos donde se imponen rígidos consensos afectivos, sentimentales. En cualquier caso, lo que no acepto es que no haya razones distintas del “resentimiento” para rechazar el evento en cuestión.
La exposición Manifiesto país fue una iniciativa interesante de encuentro de escritores, integrando sus textos a otros formatos y reconozco el esfuerzo que se hizo, como sucede en todo trabajo de esas dimensiones. Pero ya. Hasta ahí. Ni es la Semana de Arte Moderno de São Paulo, ni el Cabaret Voltaire de los seguidores de Hugo Ball, ni el “acontecimiento” de una nueva Venezuela pensante. Es verdad: tiene intervenciones al estilo de los dadaístas y sus collages, de las vanguardias rusas, incluso elementos del pop-art y del arte conceptual, con mensajes conmovedores siguiendo el reciclaje de la estética URSS y otras vanguardias y movimientos, que ya se ha hecho un lugar común en muchos eventos y diseños: desde la laureada Dream Factory Communism (2003), curada por el mismo filósofo y crítico Boris Groys hasta el trabajo de Gerardo Muñoz Designing post-comunism (2012), en el que reunió a los artistas cubanos Ezequiel Suarez, Filio Galvez, Hamlet Lavastida y Rodolfo Peraza, entre otros.
Me parece en ese sentido una buena oportunidad para que la gente valore a muchos autores que quiero y aprecio, y que se merecen los reconocimientos que el gobierno no da; la exposición presenta la voz de escritores venezolanos consagrados como Guillermo Sucre, Rafael Cadenas, Elías Pino Iturrieta, Elisa Lerner, José Balza, Victoria De Stefano, María Fernanda Palacios, entre otros, desde otra dimensión que me parece muy loable y sugerente para quienes no conocen su obra. De eso no cabe la menor duda. Pero dicho esto, paso a explicar mi posición sobre los aspectos que no me gustaron, que a mi modo de ver no me parecieron bien y me resultaron en lo personal hasta indignantes.

Nos-otros: ¿país pensante, letrado o mediático?
Mis reparos son varios. Parten de la falta de un concepto más sólido, y de un fin más productivo para reunir esa comunidad. Desde ahí enumero mis críticas.
Mi primer reparo es que siento cierto aire de calamidad y desaprobación sentimental en las intervenciones. El gran historiador Elías Pino Iturrieta, por ejemplo, nos testimonia en tono de negación una bella afirmación: “No quiero ser tabla rasa. La revolución quiere borrar los hechos de los antepasados, mis antepasados pero me aferro a ellos. Son el fundamento de mi vida”. La joven y talentosa escritora Enza García Arreaza profiere: “(…) pero escribo porque me queda ser un animal incierto que pide perdón por un pasado que nadie recuerda honestamente”. Hay otros testimonios y posiciones más desamparadas,  y otras más esperanzadoras, pero he visto que predomina más lo primero que lo segundo.
El escritor aparece con sus nombres inscritos dentro o fuera de cada obra, donde la estética visual se delimita fuertemente dentro de un marco (el del cuadro y el de la firma), domesticando, a mi modo de ver, la rebelión que sería romper las fronteras entre la obra y el público, entre el autor y el lector. La escritura además se impone en muchos casos sobre la imagen, la cual sirve como decorado y no construye una interacción entre lo textual y lo gráfico que complejice la interpretación.
Algunas obras nos ponen a contemplar declaraciones quizás bellas, pero muchas veces melodramáticas, y sólo desde un ámbito: la tentativa aislada de redención frente a los males del chavismo. Hay una suerte de simplificación de la complejidad del conflicto social y político, visto sólo como espectáculo del drama personal de liberación. Pareciera reunir desde el lamento, la melancolía y el duelo, en una estetización del gesto personal, en vez de reunir desde una mirada que inspire coraje, diálogos, encuentros, happenings, participaciones con el público y nuevas interacciones, más allá de la contemplación acrítica del “manifiesto personal”.
En algunos casos se intentó mezclar los textos con caricaturistas, con fotografías sobre las manifestaciones estudiantiles, que se proyectó en la serie Argumentos, pero creo que esto se ha podido articular mejor. Integrarlo de manera que convocara la participación del público. Pienso por ejemplo en los experimentos del arte relacional, que ponía a la gente a compartir tareas en conjunto para así crear comunidad, tal como explicaba Bourriaud de varios artistas de los noventa. Ilia Kabakov, por otro lado, durante la dictadura comunista en la Unión Soviética llevó a cabo presentaciones que consistían en exhibir colecciones de documentos, memorias, de gente renegada y olvidada por el régimen, en las que todos participaban.
Estos quizás son reparos personales que no niegan que las intervenciones sean bonitas. Sólo indico sus limitaciones para crear una comunidad crítica, pensante, creativa, y para propiciar una conciencia sobre el importante papel de los creadores y los pensadores en la sociedad. Creo que lo que predomina es más bien el ánimo de contemplar de forma sublime los gestos de cada uno desde sus firmas. Tampoco veo, a excepciones de casos muy puntuales y específicos, formas de intervención política, en el sentido de Rancière, nuevas “distribuciones de los sensible” que nos permitan ver la realidad nacional y el populismo de otra manera, desde otra óptica más productiva: la mayoría de los mensaje no salen del contexto político y su lógica representacional.

Mi segundo reparo es con los criterios de selección. 66 escritores es mucho y es poco a la vez. Nos hace pensar en una complacencia en la convocatoria que al toparse muy distintos niveles de calidad, rango, edad, disciplina, excluyó a otros tan o más importantes como los seleccionados. Cosa que nos hace presumir que dichos criterios no fueron claros y hasta tuvieron un tinte muy populistas. ¿Por qué una cifra tan grande y con gente tan disímil? Lo que afirma la Lisbeth Salas en una entrevista para El Nacional fue que quiso congregar a los “grandes maestros” con la “generación intermedia” y con gente joven, es decir, los relevos.
Confieso mi indignación en este punto por dos motivos. El primero, mi sorpresa al ver gente con un inmenso capital político, intelectual o cultural, gente con gran obra que incluso estuvo presa durante Pérez Jiménez, o profesores míos de gran respeto, o gente que viene haciendo trabajo duro público y de reflexión como Gisela Kozak o Tulio Hernández, junto con otros que apenas tienen una obra publicada o que básicamente han trabajado mucho en el área de las relaciones públicas. ¿Por qué colocarlos juntos? Para mí tiene un aspecto ético que se debe considerar, pues rebaja el trabajo de los primeros en beneficio de los segundos, por no decir que diluye las razones por las cuales ganaron el prestigio que hoy en día tienen.

            La segunda sorpresa es comprobar que no se incluyó a otra gente tan o más importante que algunos de los que estaban ahí. No entendí por ejemplo cómo no invitaron a Luis Miguel Isava, discípulo de Lyotard y Sucre, y unos de los más importante teóricos venezolanos, además de ser poeta, traductor, crítico. Tampoco vi nombres de reconocidos escritores, como el gran poeta y crítico Rafael Castillo Zapata, el mismo Rafael Arraiz. Tampoco vi alguien tan importante como Verónica Jaffe, una de las mejores traductoras venezolanas, y notable poeta y ensayista, y muchas otros creadores. También faltaron nombres como los de Arturo Gutiérrez, Raquel Rivas, Joaquín Marta Sosa, Patricia Lara, entre otros. Seguramente hubo algunos convocados que no pudieron o no quisieron aceptar, no sabremos nunca quienes fueron simplemente olvidados, pero en cualquier caso creo que ese elemento merecía una explicación en el marco de este intento de manifiesto.

El argumento que se ha esbozado, a mi manera de ver simplista, es que no se podía invitar a todo el mundo. Pero me pregunto: ¿por qué sí invitaron a unos que apenas tienen obra, jóvenes buenos para las relaciones públicas, y no a otros que tienen trabajo, formación? ¿Cuál fue el criterio real de una exposición que intenta ser un manifiesto por el país?
Otro elemento importante, que denota cierta la falta de criterios y tacto de la selección, es el del oficio o profesión de los manifestantes. En su mayoría son narradores, ensayistas y poetas, pero no sabemos por qué se coló un gran historiador (Elías Pino Iturrieta), una querida politóloga (Colette Capriles), notables filósofos y críticos de arte (Erik Del Búfalo, Sandra Pinardi), por dar algunos ejemplos. Entonces se impone una pregunta: ¿por qué no otros tan laureados como Germán Carrera Damas en el ámbito de la historia, o Juan Carlos Rey, en el de la política? Digo sólo por mencionar a algunas de las eminencias de la politología venezolana del sigo XX venezolano. ¿O por qué no está un filósofo como Rafael Tomás Caldera, medievalista, elegante ensayista, con una importante contribución sobre Gallegos y publicado nada menos que en la clásica Librairie Philosophique J. Vrin?. ¿O una socióloga tan importante como Paula Vásquez, una de las pocas venezolanas publicada en francés? E incluso su padre, el profesor Eduardo Vásquez, que desarrolla una importante labor de lectura de texto de filosofía política en la prensa nacional.  ¿O la reconocida curadora y escritora Gabriela Rangel, con importante obra de difusión de nuestros artistas en el exterior?
Suelto sólo algunos nombres, porque hay muchos que también están “pensando” el país y tienen quizás más derecho y más pertinencia que otros que se incluyeron para “manifestarse”. Y por tanto estas son preguntas que hay que hacerse, porque si pretendo hablar en nombre del “país” y hago una selección que pretende representarlo ésta al menos tiene que ser bien justificada, ¿o no? ¿No se está constituyendo es ese modo un “nosotros” cerrado, privilegiado? ¿No se está reclamando el derecho de hablar por otros al hacer una exposición cuyo nombre es “Manifiesto-País”? ¿No es justamente ese desconocimiento de la diferencia, la pluralidad, y una representatividad espúrea lo que criticamos en la idea de comunidad que promueve el régimen?
Trato de pensar entonces los criterios de la selección y me pregunto muchas cosas. Definitivamente no se eligieron por su trabajo académico: unos tienen trabajos de gran envergadura y otros si acaso publicaron un libro de poemas. Tampoco se eligieron por su calidad de escritura, estilo y reflexión crítica: unos más que otros tienen densidad, espesor, estilo. Tampoco se seleccionaron por su presencia pública: unos son grandes críticos y polemistas, mientras que otros permaneces recluidos en el silencio. Menos todavía, por su crítica política: hay fieles a la democracia defenestrada con otros que fueron chavistas y quizás otros hasta algo oportunistas. Podría argumentarse, para darle el beneficio de la duda a los seleccionadores, que se hizo una consideración de todos esos aspectos a la vez, tratando de hacer una suerte de “ligadito” Hit, pero si es así, ¿no creen que ello se presta a cierta suspicacia? Al menos, sin duda, se expone a la crítica.
Si alguien hace una antología de poesía, necesariamente tiene que incluir a algunos y excluir a otros, pero para ello debe ser una figura calificada y además explicar su criterio en una introducción que al menos toma unas cuantas páginas, porque de lo contrario será criticado. Incluso el antólogo podría decir que se seleccionó a los que les gusta, sin más, y ello se podría justificar por su autoridad en la materia. Pero no se ha dicho cuál es el criterio en este caso. Creo que esto ha podido generar con razón, y como lo ha apuntado Sandra Caula, algo de decepción en muchos, porque si los criterios son tan inasibles, entonces no estoy reconociendo verdaderamente la labor de muchos de los que estaban y menos de los que no estaban.
Estoy seguro de que si de pronto se hubiese hecho lo mismo desde una visión mas humilde, con escritores reconocidos, se hubiese podido generar más comunidad y respeto por la muestra. Si uno ve bien, y siguiendo los términos que usó la misma responsable del gran evento, creo que en el grupo de los “consagrados” no habría demasiados problemas, quizás en la de los “intermedios” ya relucen la falta de algunos y se siente alguno que otro “coleado”. En la selección de los nuevos quizás está lo más problemático.
Las anteriores preguntas me llevan a otra más importante: ¿Quién es Lisbeth Salas, y quién la gente que la acompañó para determinar los criterios de esta selección tan errática y arbitraria? ¿Qué autoridad la asiste en el campo intelectual y cultural venezolano para haber decidido de esa manera (ella en la entrevista habla de “grandes maestros”), usando el nombre del “país”, y por qué muchos de los que estuvieron ahí acríticamente le concedieron esta autoridad?
Más allá de que se trate de una iniciativa valiosa que merece reconocimiento, y tomando en cuenta la necesidad de promover trabajos de este tipo, creo que es importante preguntarnos todas estas cosas para otra ocasión. Porque a mí me sorprenden, y en esto también tiene un gran responsabilidad la Sala Mendoza, dos cosas. Una, ¿por qué no se eligió a un curador para una tarea de esta índole? Y esto permite entender la molestia de muchos curadores importantes que están en el país. Dos, ¿por qué se eligió a alguien a cargo de una editorial? Es como si para organizar la selección de beisbol de un país, en vez de convocar a un entrenador se convocara al presidente de un equipo.
 No dudo del profesionalismo de Lisbeth y de su seriedad, pero ella y su equipo deben comprender la incomodidad que generaron en una comunidad más grande que esos 66, sobre todo en estos tiempos en la que ha sido tan golpeada. Es importante entender, y este punto ha insistido Sandra Caula con gran valentía y lucidez, que una cosa así puede abrir muchas heridas innecesarias.
 Pero las implicaciones de este hecho me resultan muy interesantes, en todo caso, como sociología cultural. También para pensar mejor desde ese ámbito los elementos de consagración que la mediatización de la crítica y la creación ofrece en Venezuela en tiempos de escasez. Pierre Bourdieu en muchos trabajos ha hablado de la cultura como un “campo” simbólico relativamente autónomo de las realidades sociales y el poder, que tiene sus propias reglas de legitimación, sus propios valores. Dentro de este espacio cultural hay otro espacio, el “campo intelectual”, conformado por la academia, los críticos y grupos de especialistas, que tienden, con distintos procedimientos y por motivos diversos, a legitimizar ciertas obras más que a otras. Con el populismo dictatorial del chavismo esta autonomía relativa se ha ido perdiendo por completo, pues se partidizaron las instituciones culturales y se obligó a los creadores, editores, productores culturales y críticos independientes a refugiarse en la empresa privada.
Así surgieron sellos editoriales pequeños, librerías modestas, paginas webs o galerías de arte, todas iniciativas alternativas, que han gozado de un difícil éxito. El peligro de algunas de estas tendencias es que para sobrevivir han tenido que imponer en muchos casos (no todos), sobre los criterios de consagración del campo intelectual, criterios propios de los productos comerciales: imagen y visibilidad, número de ventas, usos de clichés, polarización política. Y esto ha operado soterradamente mientras que se auto-promocionan como espacios de crítica del gobierno, contando con la adhesión ferviente de ese público político. También ha sucedido que, con la estampida de importantes críticos y figuras culturales, muchos de estos espacios han sido ocupados por nuevas figuras o personas cercanas a algunos espacios de poder político alternativo, que tienen criterios muy parecidos.
Esto, a mi modo de ver, ha tenido graves consecuencias. Por un lado, y sin conciencia de ello, se ha legitimado un tipo de crítica hacia el chavismo, negando u omitiendo otras formas: lo que sobresale es la mirada periodística del comentarista político, el gran “opinador”, sobre la del crítico teórico y el especialista que no son “mediáticos”. Por otro lado, también ello ha tendido, a medida que la crisis económica se ensancha, a arriesgar menos y apostar siempre con lo mismo: grandes autores y firmas, novelas históricas o historias anecdóticas, textos narrativos menos experimentales, complejos, altamente complacientes. Otro efecto de lo anterior es la autopromoción del escritor o intelectual, quien para poder vender y sobrevivir debe estar todo el tiempo promoviendo sus trabajos, haciéndose visible, creando un público que no tiene y un espacio que no le dan los medios.
Este trabajo de Lisbeth Salas es un síntoma de esta realidad. Al ser fotógrafa y editora, decidiendo sobre materias artísticas y literarias, pone en evidencia las conexiones perversas que se han dado entre el espacio mediático y la lógica del mercado, con la autonomía en crisis del “campo intelectual”.

Mi tercer reparo es que para “manifestar el país” sólo se haya pensado en escritores y en escritores de la ciudad. Esto me asombra. Me vino a la mente el fantasma de Ángel Rama y algunos seguidores suyos, los post-subalternos, que tanto han criticado a la “cultura letrada” del país. Para quienes no conozcan la tesis de Rama, les recuerdo muy brevemente que ha sido la promotora de lo que yo llamaría como el “complejo de culpa de la letra”, que hace ver a todo escritor y pensador como un nostálgico del orden colonial, de las estructuras de poder del Estado, un reaccionario que niega la oralidad del pueblo y de la “ciudad real” que es esencialmente iletrada.
Siguiendo esas lógicas, la pléyade de críticos que se han juntado con el hispanista norteamericano, baluarte del progresismo Disney, y ahora post-subalterno (y seguro mañana otras cosa que decrete la moda académica), John Beverley, han querido mostrar cómo en estos supuestos tiempos de grandes cambios sociales y revolucionarios se ha impuesto un nuevo neoconservadurismo por parte de aquellos creadores  y críticos que se oponen a lo popular y a la “democratización” de la sociedad de masas, junto a las reivindicaciones sociales que trajo la “marea rosa”. Ahora, lo que no entiende este pensador es que no se puede generalizar de una manera tan obtusa y simple las posiciones y contextos de cada país y campo intelectual, además de que no piensa bien las complejas dinámicas entre los campos culturales y los campos de poder, muy diferentes en cada situación.
Pero al proponer Lisbeth Salas una exposición con criterios que privilegian a la ciudad, y en donde se tiende a monumentalizar a los escritores desde sus firmas y gestos de horror por lo que viene sucediendo en Venezuela, ha terminado haciéndole el juego, para mi despecho, a las críticas funestas del pensador uruguayo y sus seguidores, ahora desde la arena mediática. Por otra parte, creo que hubiese sido muy productivo haber tenido una diversidad de artistas, diseñadores, agentes culturales y músicos (desde diversas esferas y circuitos culturales), compartiendo todos con nuestros escritores: también ellos piensan e imaginan el país.
Ahora, tomando en consideración el título (Manifiesto país) y todo lo que he dicho hasta el momento, me pregunto una vez más ¿quién puede hablar por el “país”?, ¿quién decide lo que Sandra Caula define como “el nosotros”? Creo que puede ser muy temerario, y hasta muy peligroso, por parte de una notable fotógrafa y gran editora, y por parte de la Sala Mendoza, erigirse como fiscales para decidir tal cosa en una situación como la que padecemos, con un evento de tanta visibilidad, sobre todo cuando la tarea intelectual, crítica, y creativa de rigor, ha sido la más afectada mediáticamente.
Para mí es un ejercicio de pedagogía y de ciudadanía creativa intentar, en la medida de lo posible, destacar en los medios el justo esfuerzo intelectual, la lógica del reconocimiento de esta esfera que no sigue la productividad del mercado más burdo o chato, que tiene otra jerarquía vinculada al trabajo de pensar, crear, decir cosas incómodas, argumentar, abrir nuevas formas de ver, de decir, de imaginar. Pero siento que eso no se logró bien en la particular exposición de Lisbeth Salas.

            El cuarto reparo involucra la gran oportunidad que se perdió de reunir comunidad. Como he sugerido, siento que faltó proponer vías de discusión propositiva, más que la contemplación y exhibición individual (que se presta para la egolatría impúdica o el sentimentalismo improductivo, como ha pasado en las redes) sin abrir agendas de discusión importantes, tan necesarias en el país, y que ha podido servir en ese momento. Es verdad que la exposición ofreció, antes que nada, un lugar de encuentro, y eso es mucho en ciertas condiciones. También es verdad que hubo uno que otro evento que ofreció intercambios con artistas y estudiantes, y su idea es muy buena y hay trabajos muy interesantes. Pero insisto en que lo que se privilegió fue la contemplación de la liberación personal, y no el encuentro propositivo, porque si yo hablo de “Manifiesto país”, me debe interpelar una conciencia pública, un deber ciudadano, un reflexión crítica y ética del espacio que ocupa el creador y el pensador dentro de su nación, dentro de su república, y no sólo el afán esteticista o de reconocimiento personal. Si lo que se buscaba era eso, hubiese sido mejor llamar la exposición con otro nombre y haber evitado estos percances.
Este es el punto que más me indigna de todo lo que he visto y escuchado, siendo una oportunidad de oro para reunir a muchos intelectuales y artistas, así como otros productores culturales, para pensar y proponer algunos puntos que nos conciernen en estos tiempos, como por ejemplo: 1) pedirle a la MUD y a La Salida un espacio de debate y crítica donde la agenda cultural e intelectual sea importante, 2) tomar posición en la reforma educativa para que se incluya mejor la formación humanística y cultural (literatura, arte y filosofía) en las universidades y escuelas, 3) pedir espacios de discusión en donde se estimule el debate y el mecenazgo cultural, 4) exigir que los líderes de la alternativa expresen en sus discursos un vínculo más estrecho con nuestras tradiciones civiles y culturales, 5) exigir que las gobernaciones y alcaldías de la alternativa tengan agendas culturales donde se promueva la discusión, donde haya bibliotecas y plazas. También puede ser algo dirigido contra el gobierno, para no quedar como el grupo de los intelectuales “opositores”.
Pero hay otros puntos que han podido trabajarse ahí. Ha podido buscarse maneras para denunciar otros asuntos. Por ejemplo, el hecho de que los grandes periódicos, como El Nacional y El Universal, como nos ha hecho ver un interesante texto de Vanessa Vargas (“Eliminar el cuerpo de cultura también es una decisión editorial”), han decidido por cuenta propia renunciar a los espacios culturales. Dicho trabajo muestra cómo la continua desaparición de los cuerpos culturales de los periódicos no es sólo producto de la crisis de papel promovida por el gobierno, sino también es producto de una medida editorial de “viejo cuño”. Siguiendo una investigación de la profesora Moraima Guanipa, se señala cómo a lo largo del tiempo se ha ido sustituyendo o mezclando la sección cultural con la del espectáculo. De igual modo sucede con la falta de remuneración de las colaboraciones de estos trabajos, que ya se dan por una hecho consumado, por no hablar del fallido proyecto de derechos de autor, sostenido por unos hipócritas escritores chavistas que sólo sirvió para pagarle sus honorarios personales.
También insisto que otro elemento importante para reflexionar y denunciar es la falta de gestores y mecenas culturales adentro y afuera del país (más lo segundo que lo primero). Se ha podido usar el evento para hacer pedagogía ciudadana y mostrarle a muchos por qué es importante preservar la autonomía intelectual y creativa en el país, para mostrar por qué dentro de la discusión pública es necesario tener la participación de artistas, escritores, cineastas, músicos, así como académicos de diversa índole, que no sólo sirven para mostrar su dolor y agonía en bellos cuadros.
Claro, estos son elementos digamos que “republicanos”, que no necesariamente todo artista y creador debe seguir en su obra (porque se trata de defender también su autonomía estética), pero insisto en que si propongo una exposición que busca hacer en forma pública una “manifestación” de los escritores y “pensadores venezolanos” sobre la situación del país, entonces debo exigir un poco más de compromiso ciudadano, por decirlo de alguna manera, no desde sus obras que pueden ser perfectamente antiéticas, amorales, pero sí desde sus intervenciones en la esfera de lo que algunos llaman lo “público” (que como sabemos, ha ido cambiando).
Dicho esto, aclaro de nuevo: sí, la exposición fue interesante y tiene su valor en estos momentos como pequeño y bello oasis del desierto chavista. Pero quizás la apología de esa satisfacción, defendida de una manera tan irracional, termine siendo cómplice de lo que  se critica. Pero no soy yo quien puede dar la última palabra. Nada más lejano a mi intención. Que juzgue el lector, después de mis argumentos, qué toma y qué no toma. Ahora, sí quisiera pensar antes de terminar en lo que nos dice este evento sobre el papel de la comunidad creadora e intelectual en tiempo oscuros. Vuelvo a las implicaciones de la cita de Platón que esgrimiera Sócrates en su célebre defensa frente al juicio que se le dio en Atenas y la necesidad de examinarnos como colectivo desde la pluralidad que somos, pues muchos se han vuelto en expertos en criticar a los políticos, al gobierno, pero no toleran nunca que se les haga crítica.

¿Quién manifiesta: creador, intelectual, showman?
La primera vez que supe del proyecto desde la distancia me encantó la idea, pero confieso que en un principio tenía ya serias dudas de cómo serían los criterios de ese trabajo. Por lo que vi luego de su inauguración y por los comentarios que he leído en algunos muros, en las reseñas que se han hecho en El Nacional o en El Universal —en la que predomina el tono laudatorio y la poca reflexión, la celebración acrítica (“qué bonito mi trabajo”, “qué bello esto”, “qué cita”, “qué profunda reflexión”, “qué grande mi pana”, “gracias, Lisbeth”)—, no pude sino decepcionarme. Revisé varias obras, y si bien me pareció que se lograron cosas interesantes, en muchas de ellas no se salía del círculo “aurático” anterior.
Me decepcioné sobre todo en unos momentos en los cuales, sentía yo, debía usarse esa comunidad, ese “bello” encuentro, para pronunciarse en muchos aspectos necesarios para mantener esa comunidad y para darle el estatuto que se merece, porque no es sólo una comunidad de escritores aislados, como parecieran pensar muchos “genios” superdotados, es una comunidad de lectores, de críticos, de editores, de bibliotecarios, de vendedores de libros, pero también es una comunidad que tiene un rol importante dentro del espacio público, dentro de la sociedad civil, que debería promover el debate, la reflexión, nuevas formas de vernos e imaginarnos, de convencer con buenas ideas, con buena argumentación, con crítica de verdad.
 Como he dicho antes, yo reconozco que el deber de todo creador es su obra, pero cuando la obra se empieza a utilizar para intervenir en el espacio público —bien sea con intenciones sensacionalistas y mediáticas, bien sea por la legítima preocupación social— ya se le debe exigir coherencia, rigor, compromiso, valentía, profundidad, seriedad. No todo creador es intelectual y al revés. Y la verdad es que no sé en ese sentido si la agenda de nuestros "escritores” (sobre todo narradores y poetas) que critican la realidad política y social del país, asumiendo o queriendo asumir un papel “intelectual”, sea realmente "republicana".
¿Por qué lo digo? Por algo simple: no los he visto discutir de manera sistemática sobre el lugar de las humanidades en el país, o polemizar con igual pasión a como hacen sobre Capriles o López sobre las reformas educativas y la formación literaria y cultural, o sobre el lugar de la televisión pública, o sobre una propuesta de pensar mejor una alternativa de democracia con valores republicanos e interculturales, que pueda ser social sin ser clientelar. No lo he visto en muchos de la exposición de Lisbeth, salvo por supuesto gente como Gisela Kozak o el mismo Tulio Hernández que vienen trabajando fuertemente en algunas cosas como hormiguitas.
Para la generación de Sucre, de Cadenas, e incluso para generaciones anteriores (Rosenblat, Uslar y otros), la educación era un tema importante. Es verdad que por ahí está Miguel Angel Campos, quien tiene notables indagaciones sobre este tema, y algún otro investigador, pero no es algo común. Por eso me pregunto: ¿por qué nuestros notables “nuevos” creadores no abren agendas y promueven ese tema de discusión? Después de todo, sin instituciones educativas, pocos lectores habrá. Además, es una agenda para crear conciencia, algo muy serio como para dejárselo a los pedagogos y a los profesionales de la educación.
Cuando vea realmente un proyecto como el de la revista Punto de Vista en la Argentina de la dictadura, donde se traducía lo más importante del pensamiento cultural inglés, de los post-estructuralistas franceses, entre muchos otros, o cuando vea un activismo al estilo de los polacos Bronislaw Geremek, Adam Michnik, Tadeusz Mazowieck o de los intelectuales checoslovacos, muchos responsables de la primavera, o incluso del grupo CADA chileno y la revista de Nelly Richard, podré decir que algo se está dando en el país, que algo se está “manifestando” de verdad. Por ahora lo que veo son muchos abrazos, muchos retratos, muchos gestos lacrimógenos o inmediatistas, mucho amiguismo, un abuso pornográfico de la condición de desterrado, en las redes, como hermanos de una gran borrachera o un gran despecho.
Pero no los responsabilizo por ello. Entiendo la horrible situación en la que estamos. Las redes nos sirve para descargarnos, y a falta de espacios de consagración se entiende el impulso por el reconocimiento, así sea egolátrico. Pero, ¿eso es pensar o crear? ¿Qué iniciativa tenemos que pueda reunir espacios de discusión serios, en un momento donde carecemos de ello? No creo que sea suficiente con lo que hace notablemente  Prodavinci, ni lo que hizo en su momento la revista Puente o la Fundación de la Cultura Urbana (o lo que siguen haciendo importantes Galerías y pequeños recintos, la gente de Lugar Común y otras pequeñas editoriales), y menos aún me parece que debamos destacar el hecho de que uno que otro se mueva en los blogs, en una que otra revista o publicación existente.
Afortunadamente hay unos creadores que siguen, que saben ser discretos, y hay otros que buscan perfeccionarse en los debates públicos. Hay que saber discriminarlos y, si se puede, hacer estos criterios visibles, en eso que una vez se llamó educación del “gusto” que no debería darse exclusivamente bajo criterios estéticos sino críticos, reflexivos.
Pero insisto, sobre todo para aquellos que se embelesan con algunas intervenciones: más que entronización, debe haber discusión. Lo que menos tenemos en Venezuela es crítica: crítica literaria, crítica cinematográfica, crítica cultural, crítica social y pública, más allá de lo que hacen insignes investigadores aislados en pequeñas islas de la academia y en blogs. Así como nuestra oposición está deslucida, fragmentada, sin ideario, así sucede con nuestra “intelligentzia”: se ha quedado sin nuevos lenguajes para analizar y pensar el fenómeno, atrapada en la mirada inmediata o en la voz de las grandes celebridades que se escuchan como sentencias absolutas (y los pocos que sí lo hacen se han quedado sin públicos, sin editores, sin espacios para hacerse visibles).
Un ejemplo lo podemos ver en otro escenario. Comparemos cómo se ha ido dando la Feria del Arte en Venezuela con el Artbo en Colombia. Mientras en la primera poco a poco se han ido privilegiando los grandes y viejos nombres, destacando cada vez más el valor comercial por encima de otras instancias de legitimación, en el evento colombiano, sin dejar de tener esos elementos, se ha ido trabajando para darle más coherencia al concepto del evento, y además se han ido incluyendo diversos espacios para que los especialistas puedan discutir con los creadores y lo publicistas: al lado de los estantes de promoción, se brindan foros de discusión con académicos y creadores. Eso en Venezuela sería imposible.
Crítica y no criticadera, ciertamente. Espacios para disentir, reflexionar, abrir líneas de pensamiento, de disenso y acuerdo: nuevos lenguajes, teorías, estilos y escrituras. El chavismo en sus pobres políticas culturales ha logrado algo raro y perverso: fomentar la creación y acabar con la reflexión crítica, extremando una tendencia global. Concursos de novela, de poesía, que convirtieron a todo el mundo en poeta, en creador, en “genio”, mientras se quitaba presupuesto a universidades, se eliminaba a gente independiente en instituciones, se contrataba a sus mafias culturales en sus trabajos.
He visto mucha fetichización del oficio intelectual, muchos sensacionalismo, con pocos medios de discusión y difusión, gestos narcisistas desde las pequeñas parcelas que tiene cada uno, pontificándose o mostrando sus buenos aforismas. Pensamos y reflexionamos desde unos cuantos caracteres, mientras somos expertos para criticar a la MUD o a La Salida como los responsables de todo, desde luego. Ante ello, podría preguntarme: ¿Y quién critica a los intelectuales, muchos ahora pequeños notables del antichavismo? ¿Quién critica a los creadores, a quienes no se puede ni decir “ñ” porque te cae medio mundo ya que hay que defender la “producción venezolana”? ¿Están de verdad pensando el país, proponiendo agendas interesantes para la discusión y el debate, o más bien están usando la situación para reificarse, salir en alguna revista importante, vender buenos libros, hacer crónicas y artículos de lo mal que estamos, escribir twitters ingeniosos del vacío de país? ¿Están produciendo cosas tan buenas y excelentes que debemos sólo admirarlas, sin pensarlas? ¿Frente al Festival Mundial de Poesía del chavismo, la alternativa opositora será algo como “Manifiesto País”?
No digo eso para acusar a nadie o para desmerecer muchos trabajos importantes, sólo abro la pregunta para pensar. ¿O es que el evento no debe justamente obligarnos a ello, siendo un homenaje al “pensamiento nacional”?
Además, voy más allá: ¿estamos valorando a nuestros escritores e intelectuales públicos por el debate que abren, por las discusiones que proponen, por los nuevos lenguajes que generan para abrir otras perspectivas? ¿O les damos legitimidad simplemente porque el mercado editorial lo hace, porque los pequeños grupos institucionales de las empresas oposicionistas que quedan lo hacen, porque el círculo de amigos de la camada intelectual del momento le da su abrazo legitimador o porque escriben muy bonito en contra del chavismo?
Sólo estoy preguntándome, sin querer señalar a nadie, a ver si podemos usar criterios más certeros para este tipos de asuntos desde la esfera pública y sus diversas comunidades lectoras; la situación no los exige, no los demanda. No son juegos. Soy de los que creo que hay que defender la autonomía cultural, artística y estética desde todos sus ámbitos, denunciando los avances dictatoriales del régimen, pero también criticando el desdén y la negación de la oposición por esa labor.
Esta comunidad que comprende no sólo creadores, sino también críticos, productores culturales, libreros, periodista, editores, artistas, bibliotecarios y curadores, debe ser cambiante y exigente consigo misma, debe pensarse mejor desde la diferencia, y no sólo ser vigilante contra el autoritarismo del gobierno, sino también contra el facilismo mediático y privado, el amiguismo y el exclusivismo; ambos se dan de la mano. Debe entender también que ciertos principios de institucionalidad republicana le pueden servir para preservar su lugar para un futuro y por eso no es malo pensar estos espacios como ejercicio de imaginación para un tiempo por-venir.
En esa plural y diversa comunidad de la letra, la ficción y el arte, en esos espacios de la crítica y la creación, está depositado el archivo de lo futuro y de lo posible de un país: sus sueños, fantasías, críticas, miradas, reflexiones. Mientras más cambiante, rigurosa, autocrítica e incluyente sea (sin caer en el populismo), más inspiradora será para pensar la “comunidad imaginada” nacional y sus relaciones con el afuera, algo de lo que estamos careciendo.
Por eso siento que debemos pensar algunos espacios y ser críticos para subir el nivel. Pensar por ejemplo los siguientes puntos: 1) ¿Cómo se está dando la labor de difusión cultural entre nuestros intelectuales?, es decir, ¿se están promoviendo trabajos y discusiones de otras partes, se está “traduciendo” para elevar los criterios de la comunidades de lectores, o más bien estamos viéndonos el ombligo o reificándonos nosotros mismos? 2) ¿Cómo estamos uniendo a la gente que está afuera con la que está adentro?, ¿hay instituciones que estén trabajando para mejorar los intercambios?, ¿hay empresarios dispuestos a ayudar? Muchas cosas por pensar y por trabajar. Muchas cosas para “manifestar”.
Creo que el trabajo de Lisbeth Salas ha inspirado, desde sus aportes y deficiencias, estas reflexiones. Yo creo que ella y otros podrían tomar en cuenta lo que digo para futuros eventos, considerando que como excelente fotógrafa y editora tiene contactos importantes y tiene posibilidades que otros no han tenido para realizar eventos de esta magnitud. De lo contrario todo se lo habrá llevado el viento, o la nueva moda del enclave mediático del “chavismo opositor”, una franquicia muy buena para darse a conocer afuera y ganar el aplauso de la gente.