Juan Cristóbal Castro
-“¿Cual revolución? Si este gobierno
es hambre, miseria y corrupción”
-“¿Quiéeenes somos? Venezuela. ¿Queeé
queremos? Libertad”
I
La pregunta es pertinente: ¿cómo es la
voz del pueblo cuando la secuestran? Sin duda altisonante, a tal punto que no deja
escuchar otras modalidades. Sus falsos intérpretes, ventrílocuos ideológicos
que trafican con fantasmas, la ponen a funcionar con cantos épicos de un
supuesto pasado glorioso, con modulaciones grandilocuentes de otros tiempos, con
retóricas incendiarias y dramatizaciones polarizadoras y victimarias.
La confeccionan para ser parte del cuerpo
trascedente de un líder, títere siniestro, y la proyectan en audífonos, murales,
desfiles, cadenas de televisión y radio. El pueblo así es visto como algo
homogéneo y se “expresa con una misma voz”, tal como describe Pierre
Rosanvallon al hablar de la noción que tenía Carl Schmitt del mismo, tan afín
a las concepciones de Ernesto Laclau y
otros teóricos decisionistas del chavismo.
Hablan de un hombre nuevo, de una
encarnación revolucionaria, de una segunda venida del pobre desdeñado, del sujeto
latinoamericano. Redirigen mitos y los maniobran.
Así, con frialdad de un adivino que juega
con predicciones dudosas, dejan vibrar esa voz bajo una estela constante que
busca romper con la resistencia de conciencias individuales, espacios privados,
derechos singulares, disidencias heterogéneas,
lugares autónomos. Con ello se busca,
como las valquirias de Wagner, penetrar en todas partes con el hechizo
altisonante. ¿Cómo frenarla, cortarla y pluralizarla? ¿Cómo desarmar su
dispositivo sonoro para sacarla del cuerpo que la ha secuestrado, del líder que
la ha encarnado, y ponerla a funcionar de nuevo en los reclamos de una vida
digna y justa?
La respuesta es difícil. Siempre es
complicado pelear contra los dioses cuando los hombres usan sus cantos, y más
aún mostrar que sus paraísos en la práctica pueden conducirnos a temibles
infiernos. Se ha tenido que llegar al hambre, a las calumnias, a los golpes, a
jugar el juego de quien nos niega, a los maltratos y las desconfianzas, para ir
mostrando el secuestro, para ir desnudando la falsedad, esperando con
dificultad el traspiés, el ruido inesperado que saque la voz del lugar donde la
secuestraron.
Pero ese tiempo empieza de muchas maneras
y toma energía en madurar. Puedo recordar ahora un momento, tan prosaico y
significativo como los que verdaderamente cambian la historia, tan local y
distorsionante como sucede en todo acontecimiento discontinuo.
II
… lo inaudible se
hace oír, lo imperceptible aparece como tal:
ya no el pájaro
cantor, sino la molécula sonora
Gilles Deleuze/Félix
Guattari
Empieza en un funeral con unos
estudiantes a comienzos del siglo XX, cuando el dictador Juan Vicente Gómez
encarnaba al pueblo desde su origen campechano. Un momento significativo que, a
decir de Manuel Caballero, “se produce la separación entre el país que habla y
el país que calla”. Ahí se logró un
corte, un desvío, rompiendo la sonoridad del poder en su momento más abusivo, en
el que se dio esa “hendidura” de la cual habla un hermoso poema de Rafael
Cadenas, gracias a la cual el país “busca su verdadero rostro para curarse”.
Un gesto sonoro que comparte las
búsquedas por el reconocimiento de los registros regionales en poemas de un
Andrés Eloy Blanco o un Antonio Arraíz, o de las búsquedas de una sonoridad
híbrida, entre irónica y experimental, de un Salustio González Rincones,
parecidas a lo que en el Caribe
mostraron autores como Nicolás Guillén con Sóngoro cosongo o Luis Pales Mato con su fascinante Tuntún de pasa y grifería.
El canto canta:
¡Alá y Balaja!
¡Sigala y Balaja!
-Sacalapatalajá!
-¡Sigala y Balaja!
-Sacalapatalajá!
-Sacalapatalajá!
-¡Sigala y Balaja!
-Sacalapatalajá!
-¡Y Ajá! ¡Y Ajá! ¡Y
Sacalapatalajá!
-¡Y Ajá! ¡Y Ajá! ¡Y Sacalapatalajá!
-¡Y Ajá! ¡Y Ajá! ¡Y Sacalapatalajá!
-¡Y Ajá! ¡Y Ajá! ¡Y Sacalapatalajá!
-¡Y Ajá! ¡Y Ajá! ¡Y Sacalapatalajá!
Surge escuchando el ceremonial de unos
rabinos en el velorio de un profesor judío. Se le adjudica la autoría, si
seguimos la versión de Miguel Otero Silva, a un estudiante de apellido Estanga,
quien además era provinciano y mulato; como toda gesta verdadera, no importa
quién haya sido, salvo alguien que es uno y varios a la vez; hermosa aporía de
los pueblos: siempre singulares y plurales. Su poder es anónimo y colectivo.
El ceremonial inesperado y performativo
se revestía de celebración y crítica. Los estudiantes se reunían, agarrándose
de la mano, y uno de ellos se colocaba en el centro llevando la iniciativa del
canto, mientras los demás le respondían y bailaban, sacando las piernas como un
baile ruso.
Se cantó y se bailó bajo palabras
desarticuladas., sonidos de otros idiomas que se fusionaban con tonalidades
regionales. Era abierto y heterogéneo. Rompía diferencias de clase, de identidades.
Y es que así habla el pueblo de pronto cuando menos no los esperamos; es casi una
reine Sprache en términos de Walter
Benjamin: lugar de cruce de discontinuidades sonoras y verbales donde se unen
sujetos y tradiciones diferentes, donde la voz y el cuerpo se rebelan contra
las determinaciones del poder y sus formas de encarnación.
III
Levanté la voz. Sé
que nunca debo hacerlo,
porque no logro
detenerme. Mi voz sale y se
devuelve. Me amarra y
se marcha. Ella queda
afuera, viéndome y yo
hablo, me reviento los
oídos y la lengua,
hasta que regresa y me calla,
atravesada en mi
garganta.
Miyó Vestrini
Hoy se abre de nuevo un espacio de
discontinuidad con un fervor nunca antes visto en la historia del país,
mostrando otra vez el síntoma de la falsa armonía del poder, de su proyecto
paradisíaco. Time is out of joint.
El pueblo, o los pueblos, salen otra vez
y reclaman su voz, entre el ruido y el silencio, entre la vociferación
discontinua y el reclamo lógico. Sale y salen con la vanguardia de sus
estudiantes exponiendo de nuevo sus cuerpos, sus carnes, sus miembros, y en
ellos surgen esas otras voces del pasado que se opusieron a Guzmán Blanco, a
Gómez, a Pérez Jiménez, a los excesos y arbitrariedades que hubo también en la
democracia. Van desarmando los límites territoriales y políticos: Oeste contra
Este, chavistas contra opositores, pueblo contra élite.
Es
una voz, llena de voces, que sale luchando contra los dispositivos simbólicos
que han querido vincularla al poder, contra la sobre-dramatización mediática
que trivializa sus gestos y su desamparo, contra el consenso latinoamericanista
que hubo en la región y que todavía busca minimizarla, contra los prejuicios
neocoloniales que sostienen desde afuera que no somos un pueblo democrático y
por eso la violencia militar es necesaria. Contra eso, y contra otros factores
más, el pueblo se expone. Exposición que a su vez muestra su vulnerabilidad. Como
diría Georges Didi-Huberman, los pueblos, al estar expuestos, están en peligro,
pues están siendo vulnerados. Sólo se exhiben ante el teatro de lo público y lo
mediático “por el hecho de estar amenazados”.
No es asible, asimilable, la voz de este
pueblo, que es una y muchas a la vez, y que irrumpe durante cuarenta días en
una acontecimiento inesperado. Se mueve en los cortes y las fisuras de las
políticas de la representación de estos tiempos cínicos lleno de post-verdades.
Por un lado, está la mediatización
sensacionalista que circula en programas de televisión, domesticando el dolor,
acostumbrando al espectador a lo intolerable; si bien los nuevos medios muestran
esas zonas de lo real que el gobierno quiere negar en lo que el crítico Gonzalo
Aguilar ha llamado “bioimagen”, también exponen estas regiones en su
reproducibilidad a modelos de construcción representacional amarillistas y
hasta triviales de las grandes cadenas de TV. Por otro lado, está la prohibición
del Estado Nacional que se mueve al mismo tiempo operando bajo varias formas de
intervención; los hechos que se le escapan con la censura, los atrapan después
dentro un marco interpretativo en el que se imponen los residuos de la
geopolítica chavista, de la marea rosa, de la colonización de un pueblo
mitológico latinoamericano que ellos mismos “encarnan”.
Sin embargo, la voz ruidosa, plural,
quejumbrosa, no se cansa. La vemos penetrando lo mecanismos de la censura,
entre videos de aficionados y cámaras de periodistas extranjeros. La vemos
irrumpiendo el miedo, luchando entre balas inesperadas de colectivos
miserables, tan idealizados por académicos descoloniales y postsubalternos. La
vemos ahí, saltando bombas lacrimógenas llenas de humo pernicioso, lidiando con
barreras y cruzando hasta el río Guaire.
La
vemos en los rostros de las víctimas que han matado; en esa señora que salió,
exponiéndose, a parar una tanqueta con gran valentía; en el coraje de ese
muchacho sin camisa que, en medio de una abatida sin compasión de la Guardia Nacional,
seguía tocando cual “Florentino contra el diablo” el cuatro; en el cuerpo
desnudo de ese otro muchacho que interpeló a las tanquetas recibiendo
perdigonazos por toda su piel.
Siguen y siguen. Se ven en las acciones
de los artistas Erika Ordosgoiti, Iván Oropeza o Cristobal Ochoa; en la
intervención frente al Teresa Carreño con la pancarta “Salimos del Guaire
limpios de conciencia”, en orquestas que tocan música clásica en la calle, en
músicos con capuchas que confrontan los perdigones en lo que podemos llamar
como la “rebelión de los violines”, y en grupos de tambora que cantan pidiendo
paz para el país y prosperidad. También la vemos en las marchas con mujeres
desnudas, mostrando sus partes íntimas, sus pechos con cicatrices ante
militares o policías de una Gobierno de acento machista y homofóbico, o en las
protestas de gente mayor de edad, que siguen impertérritos antes los acechos de
la Guardia Nacional y los colectivos.
Siguen los ruidos proliferando y crecen y se diseminan
las intervenciones. Se ven marchas pacíficas de la MUD con ciudadanos vestidos
de blanco. Se ven guarimbas en algunos lugares y trancazos en otros. Se ven saqueos, escraches fuera de Venezuela.
Hay ira, hay dolor, hay impotencia. La gente está movilizada. Se ven
apariciones repentinas en las mañanas por lugares del gobierno, tal como lo han hecho
nuestros líderes políticos para exigir respetar la constitución, y cacerolazos
en barriadas, o gritos y consignas de protestas en esquinas y calles. Hay
vírgenes y santos, hay afiches con rostros de los caídos, hay estatuas de
Chávez derrumbándose.
El pueblo habla con muchas voces,
repartiendo el ruido y la voz, el silencio y la algarabía bajo otras
coordenadas distintas al mandato del bolivarianismo socialista. Reclama ahora
mismo el futuro de una comunidad por venir, el proyecto de una republica que
reconstruya las piezas sueltas de una melodía discontinua y fragmentada.
III
Esta
energía hecha lenguaje impertinente y descontrolado es capaz de desbordar (…),
de pervertir sus producciones y hasta de darle visibilidad a otros cuerpos y
otras sensibilidades
Gina
Saraceni
Insisto una y otra vez. La voz que se
viene escuchando es una voz múltiple, vigorosa, enfadada, de varios sujetos y
comunidades, con varias demandas que giran en torno al estado nacional. Una voz
que quiere ser oída, que quiere ser vista, que quiere romper el cerco en donde
la han puesto para negarla. No tiene un líder que la canalice estratégicamente
o que sirva como receptor y modulador de sus diferentes demandas, sino varias
figuras y personalidades, y una organización que busca articular sus reclamos.
Es, como
diría Judith Butler, una persona que por unos instantes “habla al mismo tiempo
que otra produciendo cierta sonoridad plural inintencionada”. Persona, que en
sus orígenes significa “máscara de un actor” pues aparece dentro del teatro de
lo publico, y que es también “la parte
más viva de la vida humana, el núcleo viviente capaz de atravesar la muerte
biológica”, según María Zambrano. Ella es una y muchas. Muchas voces sonando con
sus cuerpos expuestos que se “reúnen en un mismo espacio y tiempo, o a través
de circuitos que conectan diversos espacios y tiempos”, como diría Butler.
Durante estos ya casi veinte años ha
habido varios dispositivos que la han ido invisibilizando, o en el mejor de los
casos neutralizando, bajo una particular economía simbólica.
Recordemos la apropiación del lenguaje público
en la introducción de nuevos usos y categorías históricas y nacionales (cuarta
y quinta república, patria, pueblo). Recordemos la introducción en ese espacio de
léxicos trascendentales (lealtad, traición, revolución). Recordemos también la
naturalización de descalificativos deshumanizadores para hablar del opositor (pitiyankee,
escuálido, guarimbero, terrorista).
Pensemos además cómo cierta izquierda
radical, que bien se casó con el régimen de forma muy ciega, ha venido
instrumentalizando la noción de pueblo, multitud, masa, democracia popular,
vinculándolo al chavismo como un movimiento de transformación social; lo
paradójico es que éste siempre ha hablado dentro del contexto nacional de
pueblo de manera orgánica, esencialista y sobre todo excluyente, marcando un
adentro de un afuera identitario. Pero igual la maniobra es la misma: controlar
en lo interno, mientras que en lo externo se vende otra imagen distinta para
ganar complacencia.
Junto a ello está la colonización del
espacio público: las calles se cuartaron con marchas, alocuciones,
festividades; la televisión y la radio, con transmisiones en vivo de esos
eventos en cadena, por no hablar de los pactos con los medios y las respectivas
compras para ir progresivamente censurando bajo diferentes maneras. Además casi
todos los espacios culturales se tomaron como medios de propaganda, variando en
estilo y apuesta, sin obviar cómo fueron precarizando la educación pública y
proponiendo todo un sistema alternativo de escuelas y universidades fieles al
régimen. De igual modo, si bien en lo formal se daba una apariencia de
independencia en las instituciones, los usos e interpretaciones de las leyes
que se daban siempre tenían como horizonte último beneficiar la “revolución”, y
eso iba desde las trampas para proponer condiciones parcializadas en las
elecciones, como las sentencias en contra de políticos o críticos del sistema.
Fueron además capitalizando los barrios
como zonas “chavistas”, evitando que sectores opositores participaran y circularan
allí. Luego, con los llamados “Círculos bolivarianos” y “Colectivos”, que una vez fueron agrupaciones
sociales legítimas, terminaron de convertirse en grupos armados y
para-militares (no todos, por fortuna, pues otros sí lograron mantenerse haciendo labores dignas). Y estos, cuales mafiosos, empezaron a controlar a los
ciudadanos de estas barriadas no sólo vigilando sus posiciones políticas y sus
modos de circulación, sino sectorizando la misma ciudad, perpetuando así la
división que supuestamente el chavismo quería superar y acabar.
La voz que escuchamos ahora pugna por la
visibilidad y la audibilidad, deshaciendo el paradigma que determina estos dispositivos y des-encarnando la voz secuestrada. Busca quebrar marcos interpretativos todavía dominantes, incluso
a nivel internacional, que seleccionan los ruidos entre un bando y otro, que
interpretan las imágenes que circulan todavía con presupuestos de la
geopolítica chavista. Busca suturar esos espacios de división para hacerse
reconocida en un litigio y negociación mutuo que desemboque en un
acontecimiento, en una verdadera transición, en un modelo porvenir donde
podamos escucharnos todos de nuevo.