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"Es la mundanidad humana la que salvará a los hombres de los peligros de la naturaleza del hombre"
Hannah Arendt

13 agosto, 2015

Relato Penitenciario


                                                                                                                   Amada Granado

10.12.11

Rumbo al aeropuerto Santiago Mariño, en la isla de Margarita, iba conversando con José Gregorio, un surfista, predicador y taxista, quien me hacía carreras. Al pasar por el frente del Penitenciario de San Antonio, me dijo: “tengo un amigo que estuvo cinco años en ese sitio, por narcotráfico, y estando preso se hizo evangélico. Ahora está libre y siempre va a dar charlas religiosas a ese lugar”. Pero claro, ese sitio es el ¡Venezuela’s Prison Paradise! Cómo olvidar ese video reportaje del New York Times. De inmediato pude imaginarme a los presos en un día vacacional, esos que se hacen eternos, nadando y chapoteando en la piscina del Pran. Le pedí a José Gregorio el teléfono de su amigo ex convicto.

16.12.11

Me reuní en una panadería de la Av. 4 de Mayo con Juan. Me contó sobre su antigua adicción por las drogas, cómo se ganaba la vida traficando cuando en un fallo de cambio de Guardia Nacional, sin previo aviso, lo capturaron con heroína en la maleta. Le dieron condena de diez años pero, por buena conducta y entrega suprema al Evangelio, se la redujeron a cinco bajo libertad condicional. Le conté de mi proyecto, mi gran interés en pasar un día con los presos en la piscina del Pran y que la única manera de lograrlo era con su ayuda.

24.12.11

Me puse una falda hasta los tobillos y me recogí el cabello. Me encontré con Juan y su esposa en la entrada del Penitenciario. Me propuse ser invisible pero no funcionó, los nervios no me dejaron. Mi primera impresión fue la de estar en medio de un pequeño infierno contenido: los malandros más poderosos armados, ni un solo guardia adentro, todos apostados afuera para controlar a quienes entran y salen del penal. Mesas de pool, altares, piscinas, una gallera, chivos, palmeras, armas,  drogas, niños y carpas de familiares por ser época de navidad. Muchos detenidos y familiares desesperados porque Juan les echara una bendición. Entretanto, me acerqué a la zona del Conejo, el gran Pran de la cárcel, y uno de su séquito me preguntó por qué iba vestida así… (y es que claro, no puedo aparentar algo que no soy, menos en ese mundo). Me dijeron que pasara al rato, Conejo aún dormía. No aguanté. Ni los nervios ni el hambre me lo permitieron. Por un momento pensé que me iba a desmayar. Y es que ese olor, además. Me disculpé con Juan y su esposa. Me fui a mi casa.

30.12.11

Juan no pudo llegar. Entré sola. Nuevamente alguien de la entrada me escoltó hasta la zona del Conejo, pero me dijeron que regresara más tarde o mejor al día siguiente.

8.01.12 
 
Rumbo a la cárcel el taxista me preguntó si iba a visitar a alguien. Le conté que intentaba sacar un trabajo y pensaba pedir un permiso. Me contó que muchas mujeres van solas, profesionales, sin ser “de la mala vida”, con educación; se van a buscar hombres allá adentro, porque son más salvajes en la cama. Al llegar al penal un guardia me presentó a Reyes, uno de los porteros del Conejo. Cuando me acerqué guardó su pistola en el pantalón. Me comenzó a interrogar, con esa mirada acribilladora: cómo me llamo, qué hago, para quién trabajo. Al decirle que no soy periodista sino fotógrafo y mi intención era sacar un proyecto artístico, se relajó. Me explicó que el Pran no quiere saber nada de periodistas, porque la gente del NY Times lo dejó muy mal parado con ese reportaje. Le dije que mi único interés era mostrar lo que hizo con las piscinas y le conté de mi proyecto Guaire. Caminamos, fuimos a buscar al Conejo. El mismo retrato: presos jugando pool y música de fondo. Su jefe no me pudo atender porque recibía otra visita. Reyes me prometió que por ser su hombre de confianza conversaría con él sobre mi caso. Me dio su número para que lo llamara y darme una respuesta, y comentó también que lo más seguro era que, si me daba la autorización, él tendría que estar en todo momento conmigo, supervisándome. En la noche me compré una nueva línea de celular, llamé a Reyes y cuadramos la cita para el próximo miércoles, sólo que más temprano de lo acostumbrado.

11.01.12
 
Mi amiga Nina me pasó a buscar para llevarme hasta el penal y esperarme en la entrada. No pude ni llegar hasta la cárcel. Le pedí que me llevara de vuelta a casa.

12.01.12

Me encontré con Juan en el Barco Museo que está ubicado en la entrada de Parque el Agua. Me contó su experiencia con el Pran anterior, el que estuvo durante su período en la cárcel. Habló de algunas violaciones a visitantes, a modo de venganza entre pabellones. Estaba entrando ya en zona de terror. Y comenzó el pánico.

19.01.12

Llamé a un periodista. Preferí no profundizar en detalles sobre mi propósito en la cárcel. Me contó toda su experiencia y ofreció acompañarme, ya que a él lo trataron muy bien. Quedamos en reunirnos en Caracas.

23.01.12

Me reuní con el periodista en Los Próceres. Llevó una cámara para mostrarme fotos que le tomó al Conejo en su oficina/habitación junto a la Ministra Iris Varela. La misma foto que ha rodado por las redes sociales: ambos abrazados y sentados en la cama del Pran.

28.01.12

Le compré un boleto ida y vuelta el mismo día al periodista. Llegamos al mediodía a la cárcel. Tuvimos que esperar alrededor de tres horas dentro. Un preso nos hizo de guía turístico por toda la aldea. El logo del Conejo es el mismo que diseñó Art Paul para la revista Playboy y está por todas las paredes del pabellón. Tuve incluso el honor de conocer a su chef personal. El periodista siempre se presentó como periodista de Últimas Noticias y amigo de la Ministra. Unos hombres armados pasaron junto a nosotros y uno de ellos me amenazó con su mirada retadora. Al rato entró un guardia, nos exigió en tono alarmante que saliéramos antes de que algo malo nos sucediera. Al salir, vimos a un teniente acompañado por unos diez guardias. Me reclamaron y me dijeron que si tenía que pedir un permiso debía ser directamente al director del penal y no a un preso. Que no regresara más. No querían nada con periodistas.

6.02.12

Después de darle muchas vueltas llegué a la conclusión de que lo mejor sería explicar o aclarar que el proyecto no iría en contra de ellos, así que fui a la cárcel con la única intención de reunirme con el director. Lo esperé alrededor de dos horas en la entrada. Cuando llegó me presenté. Le comenté mi gran interés por mostrar lo que había hecho el Pran allí dentro. Asumí que había sido un gran error haber ido con un periodista, pero que de todos modos su nota de prensa no era negativa. Le insistí  en que tratara de entender que quise llevarlo debido a mi poca experiencia con el tema carcelario, que mi trabajo no les afectaría en lo más mínimo, porque siempre me había interesado resaltar la calidad humana. Me confesó entonces que, ese día que estuve en el penal con el periodista, fue el mismo Pran quien lo llamó y le pidió que nos sacaran. Finalmente entendió mi propuesta y me dio el número celular del Conejo. Me pidió que no le
dijera que me lo había dado él. Quedamos en que lo llamaría a finales de la tarde. Me dio luz verde para que llamara al Conejo y así lo hice. Finalmente hablé directamente con el Pran y le pedí que entendiera que de verdad no era periodista y que mi trabajo no le iba a afectar para nada. Me respondió: “ajá, ¿y cuándo vas a venir a tomar las fotos?” Le pregunté si podía entrar con mi cámara y me dijo que le preguntara al director. Llamé de nuevo al director y me dijo que hablara con Conejo. Me dio a entender que hay cámaras que se cuelan, que si me las ingeniaba podía trabajar con la de algún preso.

8.02.12

Nuevo día en el Penitenciario. Busqué a Reyes. Me dijo lo mismo que la vez anterior: el Conejo estaba ocupado recibiendo a una visita. De pronto, otro de sus luceros le dio una señal y me dijo: “vamos, el Brother te va a recibir”. Comenzamos a caminar y de pronto tenía a muchos hombres armados caminando detrás de mí. Me asusté. Pregunté qué sucedía y se comenzaron a reír: “ah, es que tienes miedo”. Salí corriendo. En la entrada otra vez los guardias: “¿qué haces aquí?, ya te dijimos que no regresaras más, ¡vete!” Salí y en la entrada principal de la calle me puse a llorar de pura frustración. Los siguientes días estuve reflexionando en cuanto a la importancia de la calidad fotográfica de este proyecto. De si era necesaria o no. Concluí que, a esas alturas, después de tanta guerra de poder en la que me vi envuelta, si lograba que el Conejo o alguno de sus hombres acabaran tomándome a mí una foto: habría ganado mi batalla. Una turista invasora vista a través de sus ojos.

13.02.12

Llamé por teléfono al Conejo y con su tono de capataz de hacienda me dijo: “yo te estaba esperando el otro día en mi oficina, pero saliste corriendo. Ven el sábado que viene a las nueve de la mañana y yo mismo te voy a buscar a la puerta”.

18.02.12

Los luceros me quisieron asustar. Reyes me pidió que esperara un rato más. El Conejo nunca salió. A casa nuevamente. Derrotada.

18.03.12

Hoy extrañamente Reyes me dio una información que nunca me había dado: “el Brother tiene una segunda voz”. Su mano derecha, quien toma también decisiones. “Se llama Rafael” -y me lo señaló. Esperé que
terminara de hablar por su BlackBerry. Me le presenté. Me dijo que ya me había visto varias veces, incluso en las que salía corriendo. Le conté lo mismo que al director. Me preguntó “¿y que ganamos nosotros con todo esto? Obviamente la que gana eres tú”. Le dije que claro que ganaban: “quedan bien ante todos los que están afuera de este sitio, más aún después de la noticia del NY Times”. Le dije que lo pensaba hacer con un equipo muy discreto y unas cámaras desechables. Me respondió: “si nosotros lo aprobamos, le damos la orden al director y te dejarán pasar con las cámaras”. Quedamos en que el sábado siguiente lo buscaría de nuevo y nos sentaríamos para mostrarle imágenes de mi trabajo. Y entonces reconoció: “se ve que eres muy insistente, no has dejado de intentarlo”.

25.03.12

Hoy fui a visitar a Rafael. Le llevé dos fotos de Guaire y una foto que tomé de un rancho con una piscina, visto desde metro cable. Me preguntó: “por qué insiste tanto en esa piscina, no es nada nuevo, ya todo el mundo sabe que existen, es más, yo le tomo una foto con mi celular y te la envío”. A todas estas yo estaba sentada junto a él y del otro lado estaba sentado un preso que acariciaba la cabeza de su cachorro con una mano mientras con la otra sostenía un arma. Completaban la escena niños que revoloteaban alrededor en traje de baño y vendedores de chucherías. El sitio iba tomando cada vez más un ambiente de club; y yo, progresivamente, me sentía más relajada dentro deese escenario. Entonces le dije: “bueno, después de tanto insistir, quiero tomar mis fotos y les juro que ya nunca más sabrán de mí”. A lo que respondió: “Si haces algo malo, nosotros recordamos las caras”.
A los pocos días llamé a Conejo. Le pregunté si llevando mi propio chip me prestarían una cámara. Me dijo: “claro que sí”.

15.04.12

“Hoy es el día, hoy es el día, hoy es el día”. Eso lo he estado repitiendo desde ayer. “Nada malo va a pasar, nada malo va a pasar”. Llegué a la cárcel, había una enorme cola en la entrada. Muchos niños. Eso me dio confianza. Había cambio de guardia. Tenían otra dinámica para dejar pasar a la gente, por lo visto, una más complicada. Tuve que esperar como dos horas. Llegué a la revisión. Me quité la ropa. La chica encargada de la seguridad me preguntó qué tenía en el bolsillo. Saqué la tarjeta de memoria. Me pidió que la dejara en la entrada, pero como no me siguió, pasé con mi tarjetica. Al entrar, sólo miré a Reyes, quien estaba sentado en el banquito de siempre. Le dije: “Reyes, hoy es el día”. Y me respondió “no, chama, Rafael acaba de entrar al cuarto con su novia y el Brother recibe una visita”. “Qué va, Reyes, no me voy de aquí hasta sacar mis fotos. No puedo seguir en esto”. Llamó desde su celular a Conejo: “brother, aquí está la periodista, la de las fotos”, y luego dirigiéndose a mí: “chama, vas a tener que esperar mucho”. “¿Por qué le dijiste que soy periodista, si sabes que no es así?”. “Chama, aquí todos sabemos desde el día número uno que tú eres periodista, pero tenemos claro que no quieres hacer nada malo ya que sólo son fotos en el área de la piscina. Aún no entendemos bien por qué quieres hacer eso, pero está bien, sabemos que no es para nada malo”. Pensé entonces: “a estas alturas qué importa lo que soy, si sigo siendo la misma turista, la misma que se paseó por el Guaire, por el Humboldt y entre tanta agua turbia he llegado hasta la piscina del Pran”. Caminamos y nos sentamos en una mesita que estaba en el jardín. Reyes me contó su historia desde que entró en ese sitio. Tuvo que pagar 5.000 Bs para hacerse su habitación y, según él, está en la mejor cárcel de este país. De pronto hizo una pausa y dijo: “chama, el Brother salió de su habitación”. “Reyes, por favor, hazme el protocolo. Llévame a donde está. Preséntamelo”, le dije. Reyes se rió. Lo señaló. Fue como ver a Buda (el doble de gordo a como se veía en las fotos). Se le acercó un vendedor/mesonero con ostras. Mientras me hablaba se las comía. Me dijo lo mismo que todos: “sólo puedes tomar fotos en la piscina, lo del NYTimes nos jodió mucho”. Me insistió en que no podía tomar fotos de armas ni drogas. Le pregunté si tendría protección ya que me iba a quitar la ropa, porque yo también saldría en una de las fotos en traje de baño. “Pues claro, no hay problema”. Mandó a llamar a un preso, que era el que se ganaba la vida allá adentro como fotógrafo los fines de semana. Pensé: “vaya, ¡un colega!” Sacó dos cámaras de pocket. Mi chip le quedó a una. Conejo le dio la orden de que no se separara de mí nunca. Debía supervisar mis fotos. También le ordenó a Reyes darme una ronda de vez en cuando. Entramos. ¡POR FIN! Entré a la burbuja soñada. Niños extasiados de felicidad alrededor de la piscina del club de fines de semana. Uno que otro preso flotando en el agua. Tal cual como me lo imaginé cuando pasé en diciembre en el taxi. No lo podía creer. Todo estaba a mi favor.

Finalmente me pude quitar la ropa. Me senté a la orilla de la piscina con un loro (la mascota de un preso). Nadie me dijo nada. Todos me respetaron. Sólo un preso me pasó por al lado y me dijo: “eres una reina”.

Amada Granado























 © Amada Granado


Nota:
Algunos nombres en este relato fueron cambiados. Este texto se publicó previamente en el blog  Backroom Caracas.


La serie Penitenciario se puede ver en la siguiente dirección:

http://cargocollective.com/amadagranado/Penitenciario

12 marzo, 2015

El cambio en momentos post-chavistas


Juan Cristóbal Castro
“Todos: Agravios nunca esperan”
Fuenteovejuna, Lope de Vega
I

En tiempos turbulentos quizás es importante pensar la violencia. Walter Benjamin en un fascinante y problemático trabajo, Zur Kritik der Gewalt, tiene una clave en su concepto de “fuerza divina”, tan manoseado por muchos, que quisiera releer críticamente. Antes de comentarlo, creo importante tomar en cuenta la situación venezolana. Al igual que antes, el gobierno va a seguir provocando con planes conspirativos y guerras contra el imperio. Si bien es justo decir que ello puede alejarnos del camino electoral, espacio de ruta para el cambio, también hay que decir que lo peor puede ser el fomentar una vez más la división entre los opositores, la dispersión entre grupos, dejando de lado la sana lucha por la construcción de una alternativa.
Sabemos que la legitimidad de facto con este gobierno está en entredicho. Es claro el irrespeto a las leyes, a los rituales institucionales, con elecciones no tan claras, y con persecución política. También la legitimidad simbólica tiene serios problemas en todos los sentidos, ya carente de las trampas del carisma, de la representatividad de las encuestas y el imaginario chavista. Desnudo el emperador, cualquiera pensaría que las cosas están de nuestro lado y, en consecuencia, cualquier forma de violencia es válida para restablecer la libertad.
Sin embargo, la experiencia histórica de estos quince años nos dice que nos hemos equivocado muchas veces cuando más hemos estado cerca de un posible final, porque no hemos entendido cómo manejar la situación, partiendo de un mal diagnóstico sobre la misma. El famoso concepto de Walter Benjamin, que incorpora en su texto de los años veinte, puede ayudarnos a pensar este problema. Me detengo a resumirlo, y repensarlo, muy someramente.Salvoz Zizekn un acontecimiento inesperado, radical, sin contenido, y que irrumpe sobre el orden estblecido.
edimientos
II
En el conocido texto de Benjamin se esgrime, contra la opinión liberal, que derecho y justicia no son lo mismo. Por lo general la civitas tiende a fundarse en las leyes, mientras que la barbarie en la anarquía y la violencia. Este pensamiento binario es descompuesto por el pensador alemán.
Para él, sí hay una violencia en el derecho mismo, por más que nuestros discursos tiendan a verlo como la encarnación de la paz y la reglas civilizadas. Se da en dos vertientes: una jusnaturalista que justifica el terror, como sucedió con la revolución francesa si el fin es justo, y otra positivista, que justifica la violencia si es para mantener los medios, es decir, las reglas y procedimientos, tal como podemos ver en los dilemas que tiene House en la serie de televisión con los protocolos médicos del Hospital donde trabaja, que tiene que violar constantemente para salvarle la vida a sus pacientes. Ambas se expresan además en dos dimensiones: o bien para fundar el derecho, o bien para mantenerlo.
Benjamin se concentra después en hablar de la huelga, el derecho de guerra, el servicio militar obligatorio o la misma pena de muerte para mostrar cómo se dan estas violencias dentro de las leyes. Se detiene específicamente en el peligroso rol que puede tener la policía en las democracias parlamentarias en el que a veces se confunden las violencias conservadoras de derecho con las fundadoras de derecho, ya que esta institución en su actuación muchas veces con el argumento de la seguridad puede ir más allá de lo que prescribe el sentido común en el momento.
Creo que esta violencia contenida en las leyes mismas explica muy bien cómo siempre las tiranías no se salen de cierto lenguaje jurídico; cómo lo usan para perseguir a sus opositores. Es más, esta violencia inserta potencialmente en las instituciones parlamentarias nos sirve para entender mejor el chavismo, el modelo por excelencia post-ideológico de la tiranía contemporánea, que llegó proponiendo junto a otros sectores una nueva constitución, socavándola desde dentro.
El problema con esta violencia, que Benjamin llama “mítica”, es que de antemano culpabiliza a alguien de manera potencial. Cada ley prescribe un castigo suponiendo que alguien va a cometer una infracción. Además, en la práctica se diluye su presunción de igualdad al darle beneficios a quienes encarnan los poderes fácticos, pues son quienes siempre saben manejar mejor sus reglas y protocolos: un extranjero, o un pobre campesino analfabeto, están así siempre más expuestos a ser culpables de algún crimen porque no conocen bien las leyes y procedimientos, tal como sucede con Joseph K en el Proceso.
Para salir de ese círculo vicioso donde el ser humano es visto potencialmente como alguien que va a violar la ley, y en donde en la práctica los poderosos siempre se salen con la suya, Benjamin propone otro tipo de violencia o fuerza ("gewalt" en alemán tiene las dos acepciones). La llama “divina”, no porque crea en Dios, sino porque se da en un acontecimiento inesperado, radical, sin contenido, y que irrumpe sobre el orden establecido como un milagro. Le es indiferente la vida biológica (la “mera vida”), porque lucha por la vida política (“vida justa”). Slavoj Žižek lo ve por ejemplo con las salidas de las favelas en Sao Paulo o la misma revolución francesa en su primer momento, otros en las comunas de París o en la “primavera árabe”.
Benjamin, por su lado, la piensa relacionándola con la huelga revolucionaria, siguiendo a Sorel, e inscribiéndose dentro de una imaginario utópico de cambio social muy moderno; en otro ensayo admiraba a los nuevos bárbaros como aquellos que construyen sobre las ruinas, pensando más en el futuro que en el pasado. La ficción cinematográfica la ha escenificado de manera terrorista con el plan de V de explotar el parlamento y acabar así el régimen ultraconservador del Fuego Nórdico en V de Vendetta, o el plan de Tyler con el Project Mayhem de destruir los registros de compañías de tarjetas de crédito y crear con ello un caos social que acabe con el capitalismo financiero en Fight Club. Nuestro crítico alemán es menos sensacionalista y radical; su propuesta más bien se acercaría a los trabajos de Eisenstein La huelga o el El acorazado Potemkin donde la rebelión de los trabajadores o marineros, tratados injustamente, amenazan al sistema en la figura de la masa que se rebela.
Sin embargo, el concepto y su aplicación puede tener consecuencias problemáticas. Ya en Benjamin vemos algunas elementos altamente cuestionables: la huelga revolucionaria de Sorel pretendía usar estas medidas de protesta militantemente, desde una idea de cambio tábula rasa y de heroísmo regeneracionista muy violento; “el proletariado se organiza para la batalla, separándose debidamente de las demás partes de la nación, considerándose como el gran motor de la historia”, decía el crítico francés. Además, el ejemplo de la Biblia que utiliza el pensador alemán es de una radicalidad que da miedo. Dios castiga a los seguidores de Korah, que para algunos críticos fue el primer revolucionario de izquierda de la historia, por su traición a la comunidad que lideraba Moises, aniquilando doscientos cincuenta personas, además de sus mujeres e hijos y 14700 seguidores por igual.
También en su aplicabilidad tiene serias limitaciones. ¿En qué terminó el Caracazo y las protestas populares en Sao Paulo si no en una mayor represión, si seguimos la manera como lo piensa Žižek? ¿Qué tanto logró la primavera árabe por ejemplo en Egipto de sacar a los militares del poder? Además, ¿qué garantía tenemos para saber que la violencia divina no pueda ser usada por la violencia mítica y fundar un estado de derecho más injusto que el anterior, o sacar a flote el elemento más represivo del viejo Estado? ¿No son dilemas éticos que hay que tomar en cuenta?
Quien nos ayuda a pensar mejor esta noción, que quizás pueda redimir a Benjamin de los elementos violentos de su pulsión utópica y rescatar lo más valioso de esta propuesta, sea el mismo Jacques Derrida. En “Nombre de pila Walter Benjamin” nos propone pensarla más bien como una violencia que no necesariamente tiene que esperar a un acontecimiento radical, exterior, fuera de toda legalidad, tal como celebra Žižek con extremo voluntarismo vinculándolo a nociones de Badiou y otros, sino que se puede dar dentro de las mismas instituciones.
Derrida se detiene en los ejemplos de Benjamin de la policía, de la huelga o el derecho de guerra para ver que son casos que evidencian que la dicotomía entre lo mítico y lo divino, y entre la violencia fundadora y conservadora de legalidad, no son tan claras como parece entenderse. El punto más importante es sobre todo cómo revela el problema de lo que viene después de la violencia divina. Si es una ruptura inesperada, ¿cómo saber que va a ser usada para bien o para mal?
Si bien a mi juicio dramatiza demasiado las implicaciones violentas de la propuesta benjaminiana, la alternativa que propone para pensarla es altamente productiva. La violencia divina es así una suspensión del derecho, no necesariamente una negación. Ahora, esta suspensión no se tiene que impulsar voluntariamente en un ejercicio de no retorno, siguiendo la lógica de excepcionalidad de Schmitt, sino en un trabajo de interpretación radical que advierta lo negado en un orden legal o textual, introduciendo así otras posibles lecturas más justas.
Como las instituciones son prácticas y rituales del lenguaje, significa que están expuestas al error y la contingencia, a la mala interpretación y también a la lucha de interpretaciones en contextos determinados. Eso quiere decir, en otras palabras, que siempre entre su pretensión performativa y su realización concreta, hay una distancia que permite incluir variables no previstas. El deconstructor, en el sentido que propone Derrida, es el que puede advertir ese espacio de diferencia y diferimiento (différance) para abrir posibilidades de sentidos que incluya las historias negadas por el derecho mítico o los textos que lo fundamentan, reivindicando la promesa de toda legalidad que es siempre, por más intangible que sea, la justicia.

III
La gran pregunta en la Venezuela actual es si el cambio de este régimen se daría sólo sentados en una escritorio deconstruyendo los textos fundacionales del chavismo, o si hay otras posibilidades para pensar la violencia divina sin la carga revolucionaria del voluntarismo que llama a un cambio tábula rasa. Para ello propongo pensarla como una operación que se da en varios ámbitos tanto fuera como dentro de la institucionalidad oficial.
Quizás en ese sentido me parece importante rescatar un viejo texto del crítico literario Stanley Fish. Se trata de un trabajo corto en el que replicaba a los críticos de su reconocido libro Is There a Text in This Class? sobre cómo pensar el cambio desde la propuesta de su teoría de las “comunidades interpretativas”. Me desvío por un momento para aclarar lo que dice.
Fish sostiene en el trabajo “Práctica sin teoría: retórica y cambio en la vida institucional” que nos encontramos en un mundo compuesto por diferentes “comunidades interpretativas” (abogados, deportistas, científicos, religiosos) que leen los textos del mundo desde los valores de su grupo. Sin bien está hablando de la lectura, puede ser aplicado a cualquier fenómeno. Un mismo acontecimiento, como un terremoto por ejemplo, podría ser leído para un religioso católico como un castigo de Dios, para un científico como una falla del subsuelo, o para un político moralista como una advertencia de las malas políticas públicas ambientales. El mismo suceso se puede así interpretar de distintas maneras, porque están mediados por el orden de valores del grupo a donde pertenece cada individuo.
¿Cómo entonces se da el cambio en cada comunidad, si parecieran estar cerrados desde su propio orden de valores y jerarquías? Fish ofrece su respuesta desde varios niveles. Primero, estas comunidades no son uniformes, tienen en su haber diversas corrientes que pugnan por ganar mayor legitimidad dentro de su esfera de influencias, usando sus interpretaciones sobre el mundo para ganar apoyos y hegemonía. Así, por ejemplo, en la Iglesia están los jesuitas, los dominicos, los franciscanos  o la gente del Opus Dei, donde pugnan visiones más conservadoras frente a otras más modernas en el orden económico, social, cultural o político. Segundo, que el cambio se da en una especie de relación dialéctica entre un suceso exterior y otro interior. Para que un terremoto no sea interpretado como un simple pecado divino en la comunidad religiosa, debe haber alguien dentro de ella con formación científica que acepte que su propósito obedecen a los movimientos del subsuelo, con ello hace visible y legítimo una manera de ver al suceso completamente diferente y novedosa que promueva el cambio dentro de la misma comunidad.
En este sentido, siento que la violencia divina, para evitar caer en los peligros de un cambio tábula rasa al estilo de Žižek y otros, o un mero ejercicio de trabajo interpretativo textualista, tal como algunos injustamente criticaron el proyecto derridiano, puede pensarse mejor usando esta idea del cambio en Fish. El acontecimiento debe darse dentro y fuera, en una zona liminar entre las dos. Si caemos en el voluntarismo revolucionario, perdemos la perspectiva del peligro de que pueda o fundar un nuevo derecho más peligroso, o más bien servir de justificación para que el sector más violento de la institucionalidad cobre fuerza y tenga la excusa perfecta para reprimir mejor. Si caemos sólo en el trabajo deconstructor desde dentro, si bien abrimos espacios para nuevas maneras de entender los procesos y cambio, puede que éstos sean vueltos a cerrar o subsumir por los grupos de poder dentro de la comunidad interpretativa.
Por ello lo más eficaz para una transformación es ir trabajando en ambos espacios. Desde afuera en un tipo de acontecimiento discontinuo, y desde adentro en un trabajo de negociación y deconstrucción. En algún momento habrá una reacción en cadena donde el suceso inesperado pueda ser aceptado e interpretado como una necesidad de apertura al “otro”, a quien es distinto, en nuestro caso: la mayoría de los venezolanos que quieren vivir en paz.
¿Pero cómo sería ese trabajo en ambos frentes? Yo s ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽los otros sectores , ni ios imparcialesaban dtanto afuera como adentro. tro crla institucionalidad. y el derecho naturí creo que tanto los normalizadores como los regeneracionistas de la oposición se necesitan. El problema es que lo están haciendo mal. Primero, porque han orquestado una lucha entre ambos que le ha quitado coherencia en sus mensajes a los venezolanos, legitimidad a sus acciones, y sobre todo esperanza a sus propuestas de unidad y paz. Segundo, porque se han movido fuera de los roles que he señalado.
      Los normalizadores tienen razón en aprovechar los espacios institucionales que deja todavía el gobierno, entre ellos las elecciones, pero podrían equivocarse al no cuestionar los procedimientos de despolitización y sectarismo que se dan dentro de los mismos. También tienen razón en crear mayorías, pero se equivocan cuando lo plantean desde el más craso populismo. Su fe en el diálogo y en el desgaste chavista se contrapone a la calle, cuando esta debería ser un terreno de poder para tener fuerza en las mismas negociaciones que tanto defienden, por no mencionar que es un músculo democrático importante para sus mensajes a falta de medios imparciales. Además, no tienen propuesta para lidiar con el descontento cotidiano y encauzarlo, y sólo se enfocan en las elecciones desde el cálculo electoral, a veces privilegiando el reparto de poder de sus desgastadas maquinarias partidistas. Se conducen así como fieles seguidores de la violencia mítica, preservando el derecho positivo, es decir, la idea de que los medios son buenos y hay que pelearlos con sus reglas, como si el gobierno los siguiera, sin pretender “deconstruirlos” desde dentro bajo formas más valientes y creativas.
      Los regeneracionistas tienen razón en mantener la crítica cada día y usar las calles, pero también se equivocan cuando no tienen objetivos concretos y creativos. Su mensaje se reduce en pedir la renuncia de Maduro o en hacer una constituyente, una lógica tábula rasa, y además ocupan mucha energía en negar al otro sector de la alternativa, en vez de invertir su esfuerzo y dinero en ayudar sectores de la sociedad civil a tener espacios para la discusión, para la crítica, y en convencer a los otros opositores de trabajar la calle de manera más política que histérica. Prescinden de una pedagogía con un ideario arraigado culturalmente y sin narrativas cohesionadoras con capacidad de movilización que vayan dando las bases del nuevo ciudadano que se quiere instaurar. Actúan como los viejos revolucionarios, usando la violencia divina para instaurar la violencia mítica en su versión “jusnaturalista”, corriendo el peligro de propiciar, como ya ha sucedido, hechos de sangre y mucho desgaste y frustración.
      Ambos sectores entonces niegan la violencia divina, cuando deberían trabajar desde sus distintos frentes en las condiciones para su instauración. Ello no ha ayudado para vislumbrar el terreno de lucha, porque el combate debe darse por igual en las calles, en las instituciones, en las ideas y en los símbolos. Sin embargo, nuestra alternativa sólo se ha quedado en el falso dilema entre las dos primeras en una guerra a muerte entre bandos, y desdeña la tercera y la cuarta.
      Ni Ghandi, ni el mismo Walesa, cerraron puertas a los diálogos, ni tampoco a las marchas, huelgas y luchas en la calle, que no fueron usadas abiertamente para tumbar el imperio británico o para sacar a los comunistas, o para pedirle la renuncia al presidente del momento. Se vieron como parte de una nueva comunidad política que trabajaba tanto afuera como adentro, avanzando en conquistas simbólicas bien concretas. Sólo así, fueron dislocando los presupuestos de la violencia mítica que los negaba, creando las condiciones para el cambio.


Benjamin, Walter. “Para la crítica de la violencia”. Ensayos escogidos. Trad. H.A. Murena. México:  Ediciones Coyoacán, 1999.109-129.
Fish, Stanley. Práctica sin teoría: retórica y cambio en la vida institucional. Madrid: Destino, 1992.
Sorel, Georges. Reflexiones sobre la violencia . Madrid: Alianza, 2005.
Žižek, Slavoj.Introducción: Robespierre o la violencia del terror”. Robespierre: virtud y terror. Madrid: Verso, 2007. 5-51.

12 febrero, 2015

Como tomar en serio las teorías de la conspiración


                                                                                                 
             
                 Hugo Pérez Hernáiz
Todos somos teóricos de la conspiración

Alegatos de una guerra económica, psicológica, mediática, de cuarta generación, de baja intensidad, conducente a un golpe económico, magnicidio, sabotaje, son todos “teorías de la conspiración”, no porque sean verdaderos o falsos sino porque se basan en la suposición de que detrás de todo evento hay agentes que conspiran para llevar a cabo sus propósitos.
Nada más natural, conspirar es probablemente la segunda profesión más antigua. Desde el ámbito político al financiero, actores se ponen de acuerdo en secreto para obtener beneficios. Una buena dosis de escepticismo frente a las intenciones de ciertos actores y lo abierto de sus acciones es algo muy sano, sobre todo cuando esos actores son poderosos. Ese sano escepticismo nos hace a todos en pequeña medida teóricos de la conspiración. Dudamos, y hacemos bien en hacerlo, de la sinceridad de los poderosos porque sabemos que tienen intereses y que esos intereses no siempre coinciden con los nuestros.

Todos conspiran contra nosotros

Puede que no exista solución de continuidad entre la teoría de que algún político en secreto se reúne con otro para negociar algo y la teoría de que los Iluminati controlan el mundo, pero es evidente que hay una diferencia importante entre el escepticismo de la primera teoría y lo delirante de la segunda. La clave está en el alcance del poder explicativo de la teoría.
Mientras que en el primer caso limitamos nuestra teoría a los manejos secretos de actores concretos, en la segunda explicamos todo como el efecto de la conspiración. La literatura psicológica de principios del siglo XX llamó a esta condición “paranoia”. No se trata en tales casos de un escepticismo normal. El que cree en serio en tal teoría para explicar el mundo pierde el control de su vida, se siente perseguido y acosado. Nada pasa por casualidad: se cae un vaso de la mesa y en realidad ha sido tumbado por los conspiradores, piensa en algo y tal pensamiento ha sido inducido por sus enemigos, enferma y tal malestar ha sido “inoculado” por agentes del mal.

¿Es realmente necesario presentar evidencias?

El escéptico que sospecha de que algún político se reúne en secreto con un banquero para hacer malos tratos suspenderá su absoluta certeza de que tal reunión ha ocurrido hasta que tenga pruebas concretas. No así el teórico de la conspiración: otras formas retóricas de ofrecer evidencias operan en estos casos.
Cuando el ex-ministro Rodríguez Torres daba aquellas curiosas ruedas de prensa prometiendo pruebas de planes de magnicidio y golpes, mostraba como evidencia de sus teorías láminas de presentación en las que se señalaban “relaciones” marcadas con acusadoras flechas entre altos personeros imperiales, presidentes de otros países, exiliados políticos venezolanos, narcotraficantes, políticos locales y representantes de organizaciones de derechos humanos nacionales y extranjeras. Las flechas y punteros eran, en sí, la evidencia. Las ruedas de prensa siempre terminaban con la promesa de que en el futuro próximo se presentarían muchas más evidencias. Eso no ocurría nunca, pero en algún momento el ministro declaraba que ya habían sido presentadas suficientes evidencias el pasado.
El caso de Rodríguez Torres era extremo y casi cómico, pero por lo general el teórico de la conspiración no siente la necesidad de presentar evidencias en sí. La fuerza de la historia es suficiente para aceptar la teoría.
Por ejemplo, parte del discurso conspirativo latinoamericano está montado sobre la base de un fuerte sentimiento anti-imperialista. El anti-imperialismo es una forma retórica muy poderosa porque pretende partir de unos supuestos históricos que casi todo el mundo acepta: “El Imperio siempre ha metido su mano en América Latina y siempre lo hará”. Y en efecto todo latinoamericano aprende desde niño de casos históricos muy concretos y reales en los que las malas intenciones y acciones del Imperio han sido evidentes.
Pero una cosa es aceptar esa versión de la historia latinoamericana y otra muy distinta es leer esa historia en clave de “todo lo que ha sucedido en nuestros países es la consecuencia directa de la acción secreta de agentes imperiales”. El teórico de la conspiración obsesivamente busca en la historia “verdades” que luego absolutiza para todo tiempo y lugar. Así por ejemplo, como en el caso de Eleazar Díaz Rangel, descubre en documentos desclasificados del Departamento de Estado que a Allende en Chile se le hizo una “guerra económica” (no discuto si tal aseveración es en realidad posible descubrirla a partir de esos documentos), luego es de tontos no aceptar que al actual gobierno venezolano también se le está aplicando la misma receta conspirativa.
Es una forma de construcción retórica de la forma “ha sido así antes, es por lo tanto así ahora” que por supuesto no representa evidencia real de conspiración. Tan sólo requiere que el que escucha acepte la “historia” y de allí extrapole, que aplique la “lógica”, que no sea ingenuo, que se dé cuenta de que el mal siempre es el mal y siempre actuará de la misma manera.
Otra forma retórica muy común es el otorgarle a los eventos intencionalidad. A eventos provocados por accidentes se les atribuyen causas subjetivas, como el sabotaje. Las subidas de precios, la escasez, el acaparamiento, las colas, etc., pueden muy bien ser explicadas como las consecuencias objetivas y naturales de ciertas políticas económicas. Pero el teórico de la conspiración preferirá explicar esos males de la economía apelando a la intención del conspirador: alguien concreto está acaparando y subiendo los precios. A esta certeza de intencionalidad se añadirá la visión total del mundo: ese alguien que acapara está coordinando sus acciones de acaparamiento con otros actores: políticos, agentes del imperio, ONGs de derechos humanos, todos son parte de la conspiración que finalmente se expresa en ese acto pequeño que es el dueño de un abasto guardando la leche o el azúcar en su depósito.
Detrás de todo ello está también la explicación de los males preguntando a quién beneficia esos males. Para el teórico de la conspiración, que en esto actúa como muchos detectives de novelas policiales, bastará con descubrir quién se ha visto beneficiado por el crimen para saber quién ha cometido el crimen, qué intención está detrás del saboteo, del acaparamiento o de las colas. Por ejemplo, si aceptamos el supuesto de que a la oposición, o al imperio, o al narcotráfico colombiano, le beneficia el desorden económico en Venezuela porque tal desorden llevaría inevitablemente a un cambio de gobierno, entonces para el teórico de la conspiración es evidente que los enemigos del gobierno están detrás de las colas. Esta ha sido la forma retórica usada por los medios oficiales en su reciente campaña sobre la “guerra psicológica” y la neurosis detrás de las colas. Presentar evidencias de esa guerra se hace incensario si se ha “demostrado” que las colas son causadas por, o causan ellas mismas, “neurosis masiva”, y que esa condición psicológica generará el desorden que supuestamente beneficie a la oposición.

¿Pero acaso es posible presentar evidencias?

En último extremo el teórico de la conspiración responderá que no. La conspiración es por definición un acto secreto. El conspirador profesional esconderá hábilmente las pruebas de su conspiración. ¿Acaso esperan que veamos muerto al presidente para poder presentar pruebas de que hay un plan magnicida? preguntaba una vez alguien del gobierno exasperado por la solicitud de evidencias del complot que denunciaba.
Por eso para el teórico de la conspiración es necesario “leer entre líneas”, hacer análisis lingüísticos, semiológicos, interpretar en su contexto histórico y adjudicando la verdadera intencionalidad a grabaciones, correos electrónicos y declaraciones públicas de los conspiradores.
El escritor alemán Lion Feuchtwanger, preocupado por el efecto negativo que en la opinión pública occidental pudieran tener los primeros juicios espectáculos de Moscú en 1936, se atrevió a presionar un poco a Stalin en una entrevista personal:
“Yo hablé una vez más del efecto negativo que había tenido en el extranjero aquel proceso demasiado simplista contra Zinóviev, incluso entre personas bien intencionadas. Stalin se mofó un poco de aquellos que exigían demasiados documentos escritos, antes de dignarse a creer en una conspiración; los conspiradores entrenados no tienen por costumbre dejar sus documentos por ahí, a la vista de todos”. (citado por Karl Schlögel en Terror y utopía. Moscú en 1937)

¿Qué hacer?

No resulta fácil rebatir una teoría de la conspiración, sobre todo si esta se ha convertido en el discurso oficial de un gobierno y de todo su aparato mediático estatal. Sabemos que estamos ante una forma de interpretar la realidad que no es correcta, que hace aguas, que está llena de vacíos en su argumentación. Sabemos que hay gente que la cree. Sabemos también que no basta burlarnos de ellas o simplemente desestimarlas porque por más ridículas que sean están allí y tienen consecuencias directas en la manera en que la gente entiende su realidad. Pero cuando intentamos discutir con alguien que realmente cree en ellas nos vemos “enganchados” y un discurso circular y sin salida que no siente la necesidad de basarse en evidencias sino en una comprensión “total” de la realidad.
La forma de enfrentarlas es hacer un esfuerzo penoso y paciente por meterse en las teorías de la conspiración por más delirantes que nos parezcan y entender sus causas y sus formas de argumentación, sus mecanismos, para poder desmontarlo desde dentro. Es un esfuerzo necesario porque el que cree en este tipo de teorías está más que dispuesto a dejar su libertad en manos de un líder fuerte que sea capaz de dar la batalla final contra las poderosísimas fuerzas del mal que conspiran. Las pocas veces en el siglo XX en las que las teorías de la conspiración se convirtieron en el discurso oficial de algún gobierno, las consecuencias fueron desastrosas.        

Hugo Pérez Hernáiz es profesor de la Escuela de Sociología de la UCV. Recoge en detalle el uso de las teorías de la conspiración en el discurso político venezolano en su blog Venezuela Conspiracy Theories Monitor.