“…la
desintegración social es tanto una afección como un resultado de la nueva
técnica de poder"
JUAN CRISTÓBAL CASTRO
Todo en caliente. Es un riesgo. Las
verdades se construyen desde la distancia en relatos bien armados, con
adjetivos sopesados, con argumentos calibrados. Pero no queda otra. La urgencia
lo pide. Triste, porque así nos ha llevado el chavismo a un despeñadero; nada
más propicio para la aceleración moderna que proclamar un país como
revolucionario y llevarlo a la nada.
Pero la muerte también acelera las
emociones, nos pide actuar con lo que tenemos, es decir, con una computadora en un
día frío en Bogotá. Escribo sin concentrarme. Varias personas que ya no estarán
con nosotros: el 14 de febrero un seguidor del gobierno de un Colectivo y dos
estudiantes, el 19 de febrero una ex-miss estudiante y al parecer una persona
de Puerto Ayacucho, el 21 de febrero el cadáver que dejaron de un muchacho
desnudo en un clínica con una fractura en el cráneo. Y siguen todavía. Muchos
heridos, algunos de ellos torturados con electricidad (se habla también de
violaciones) y otros situados en cárceles de criminales comunes, teniendo que
negociar con los “pranes” para que los cuiden. Casi 500 civiles retenidos por
protestar. Las calles se ven en fotos destruídas, incendiadas.
Me quedo sin palabras. Las redadas que uno
ve en los videos aficionados muestran a militares o policías pateando a gente,
robándolos, insultándolos. Esos actos de violencia parecieran constatar no
tanto que son producto de una orden clara e instrumental, que puede ser posible
(en estos momentos todo es posible), sino más bien de un profundo sentimiento
de odio e impunidad. La violencia no pareciera ser de Estado, sino de falta de
él, que se une a un discurso sectario que ha ido germinándose por más de quince
años en las conciencias de estos funcionarios.
Es triste. Me pone a pensar en los
mecanismos de poder. Los estados represivos que se hacen llamar de “izquierda”
se ocultan bajo discursos humanistas. No “desaparecen”: asesinan delante de
todo el mundo con argumentos morales. Si los de derecha justifican todo con el
orden, la limpieza, la tradición y tratan sus oponentes como escorias,
cometiendo sus actividades en la noche y con cierto asco, los de izquierda lo
hacen por “principios”, para buscar restablecer valores como la justicia, la
igualdad, la solidaridad, incluso la “otredad”. Es menos contundente, pero más
cruel. Sus muertos a veces no son tan “mercadeables” por el razonamiento que
imponen: hay otros muertos, nos dicen, como lo son los pobres del capitalismo.
Degradan así el cuerpo, la conciencia, la dignidad en la retórica victimaria y
moralista. Nos educan a legitimar la violencia, asumiendo que está bien por
defensa del movimiento porque son minorías o subalternos, porque el poder y la
culpa está siempre afuera. Hieren desde la palabra, revirtiéndola y
manipulándola, y necesitan siempre de críticos capitalistas para justificarse.
Se esconden desde la visibilidad mediática, desde el imperativo ético, desde la
compasión fácil, desde la pobreza y el sentido de culpa.
Venezuela está mal. El 20 de febrero en la
noche un amplio operativo entre Guardias Nacionales y colectivos fueron con
todo contra los estudiantes y guarimberos. Táchira asediada: sin agua, sin
conexión. Veo todo lo que viví en estos quince años otra vez en las escenas de
las marchas, de los infiltrados. Yo vi motorizados disparar hace tiempo atrás,
yo presencié cómo cuando salíamos a la calle nos golpeaban o amenazaban agentes
de seguridad. Eso lo viví. Pero pasaron errores estratégicos,
irresponsabilidades, y terminé siendo yo, junto a otros, “culpables”: burgueses
tergiversadores de la realidad, neoconservadores arielistas, sifrinos. De nuevo
pasa lo mismo, ahora con un black out
informativo, con censura a las redes, con autocensura de las televisoras, y con
discursos incendiarios.
Sin embargo, el silencio internacional
llama la atención. El nuevo orden mundial ha cambiado. De un modelo neoliberal,
ha pasado a un modelo de capitalismo mafioso. China, Rusia se alían con Latino-américa.
Brasil tiene voz, y Estados Unidos, salvo sus negocios y los radicales
académicos latinoamericanistas (profesionales para mercadear las violencias del
continente y ganar líneas en el “CV”), se repliega. ¿El imperio, la
explotación? Sí, en empresas de Brasil, de China, de Rusia, de Argentina, de
Uruguay. También petróleo a Cuba, mientras no hay leche, papel higiénico, y la
inseguridad acecha sin planes claros y concisos.
Mientras tanto subalternistas y post-subalternistas
desde los bellos hoteles de LASA pontifican, y los decoloniales hacen sus giras
con viáticos interesantes para defender el gobierno, y populistas citan a
Gramsci para exponer el modelo de utopía posible. Los siguen los altermundistas,
desde la tierra carioca, y después están los post-hegemónicos, más críticos y
más radicales, sacando cuentas en sus revistas arbitradas por el final de los
tiempos neoliberales.
¿Quién tiene el derecho de hablar sobre
Latinoamérica? Brasil, Argentina, México, Chile, Argentina. Pero poco o nada
Costa Rica, o Colombia, o Paraguay. Menos todavía la Cuba crítica o la
Venezuela opositora. Por eso la bella Camila comunista es líder de los
estudiantes y expresa un sentimiento general, y no los venezolanos estudiantes que
son de “derecha”, o los cubanos que ni existen.
Así estamos. Pocos países se pronuncian. Sólo Santos y Piñera. Sólo Estado
Unidos y Canadá. Sólo la “derecha”, el “imperio”. Brasil espera tranquila,
Uruguay cuenta los muertos y los compara con los dólares petroleros, con los
beneficios políticos. “Nosotros tuvimos muchísimos desparecidos”, dirá un
argentino, y Galeano contendrá las venas de América Latina pensando en su
próxima alocución. El bien estratégico del continente es mayor; la
independencia frente al imperio y el eurocentrismo es importante de preservar a
toda costa. Eso dirán.
Pienso todo eso y tiemblo. No puedo hacer
nada. Pero, ya va: sí puedo hacer. ¿Qué? Pensar. Hay que pensar. Ese es el
derecho que defendemos: el de la crítica y pensamiento, el de la libertad. Además,
la realidad es compleja. No es fácil. Escribo entonces algunas cosas, que se
las puede llevar el viento.
2.- Miradas equívocas
En Venezuela
hubo una guerra de miradas desde 1999. Para el dos mil siete terminó de
imponerse una con la geopolítica latinoamericanista. La mirada molar describe
un gobierno legítimo, una democracia abierta, no sin ciertas contradicciones y
exotismos, no sin ciertos adversarios y enemigos internacionales. Frente a esa
perspectiva de grandes proporciones, se cuela de vez en cuando la mirada molecular
(a veces manipulada por grupos interesados de la “derecha neoliberal”, hay que
admitirlo, y a veces tomada en cuenta por la solidaridad y valentía de
periodistas, investigadores e intelectuales que conocen bien la situación). Ese
otro ángulo muestra un régimen profundamente autoritario, una tiranía
plebiscitaria bajo una nueva forma de militarismo: moralizador y corrupto,
civil y demagógico.
Del dos mil
siete hasta el dos miel trece la disimetría entre ambas miradas era todavía
“manejable”. Pese a que el régimen no dejaba de tener el monopolio de la
violencia legítima, los medios de producción (desde que tomó la petrolera como
caja chica), y el amplio espacio de solidaridades latinoamericanistas y
negocios económicos, todavía podía dar la sensación de que era víctima de
poderes oscuros ya que había uno que otro canal posible para colar la mirada
molecular y así poder decir internacionalmente que tenían “enemigos”. Después
de la muerte de Chávez, esa desigualdad se acentuó y terminó en una nueva forma
de dominación. Ya no tenían además el fetiche del Estado Mágico: ni la figura
teatral que inspiraba tanto cariño y miedo, ni el chorrerón de petróleo que
mantenía a la gente contenta.
Antes, con el chavismo, el régimen controlaba
el sistema judicial, el sistema legislativo, el gobierno, la fiscalía, la
defensoría del pueblo, gran parte de las calles con los colectivos; todavía,
bajo presión y amenaza, daba cabida a ciertos medios de comunicación. Ahora, la
revolución avanzó después de la muerte del ídolo: compraron las televisoras
“críticas”, y el proceso de control se hizo más férreo. Lo molar trabaja ya más
claramente con los massmedia donde la lógica del Estado reparte los órdenes de
visibilidad de la verdad, y lo molecular, si bien se cuela a veces en lo molar,
trabaja en otro orden de visibilidad, dependiente de las redes sociales.
Tres
políticas del enceguecimiento han promovido la invisibilización de lo
molecular. La primera sigue el paradigma polarizador, construido por el
chavismo. Su esquema amigo-enemigo, tan defendido por un pensador autoritario
como Laclau, definió un paradigma interpretativo para explicar una realidad:
dos instancias homogéneas y vacías que están en pugna permanente. Periodistas e
investigadores, siguiendo la lógica propia de sus profesiones, contribuyeron a
maximizarlo; para ser objetivos, imparcialidades, confunden neutralidad con justicia, objetividad con ética.
Leen en dos bandos: estos aquí, los otros allá. La verdad de crímenes,
persecuciones, des-informaciones, represiones, se quedan repartidas entre dos
lugares con igual proporción de poder, de interés.
A lo
anterior se suma el mismo lenguaje binario e ideológico. Desde el simplismo propagandístico
de marxistas vulgares, hasta los más sofisticados de la academia radical que desplazan
la vieja pugna entre el comunismo contra el capitalismo a la confrontación
entre el subalterno contra el neoliberalismo, o entre la hegemonía multipolar contra
la hegemonía imperial, por más que insistan que han aprendido después de la
caída del muro de Berlín.
Muchos de ellos no defenderían un gobierno
como el venezolano en sus países, pero desde las distancia ven que cumple un
rol importante para estratégicamente usarlo como contraejemplo en sus propias
realidades. La ética individual se deja de lado por la razón estratégica e
instrumental, paradójicamente en personas que mantienen un discurso que
defienden el valor de la otredad, de la solidaridad y otros significantes
afectivos que han mercadeado muy bien.
Por último,
y fuertemente vinculado a lo anterior, vemos el discurso victimario del Estado que
borra el lugar de poder que tiene: son legítimos representantes de los subalternos,
de los excluidos, de los marginados, que han abierto nuevos espacios de
politización a actores invisilizados. El gobierno, constituido en una élite
militar que controla el aparato productivo del Estado (el petróleo) y que ha
logrado la sumisión del empresariado venezolano (con regalías, chantajes,
sobornos y negocios), se erige como el único representante de la víctima
latinoamericana que lucha por su emancipación contra las tergiversaciones del
poder de las grandes empresas transnacionales, de las grandes cadenas
internacionales, de los grandes intereses liberales y neoliberales que trabajan
en bloque.
3.-Situación en Venezuela
Ahora quiero cambiar de ángulo. Dirigir mi “mirada” a
otro punto. Hablar de la oposición. La situación es grave. No se leyó la
realidad. El esquema electoral necesitó unirse a otras demandas. La unión sólo
giraba en torno a mecanismo de elección. Se decidió en las primarias. Al
terminar el ciclo, se hicieron visibles las diferencias, los intereses, las
estrategias.
Un sector más social-democrático, al
estilo de los viejos partidos, y un sector más liberal y radical, que vienen de
la anti-política, chocaron. Chocaron también personalidades: uno cauteloso y
constante, otro desesperado y activo. Chocaron estrategias: una sólo electoral,
otra sólo de protesta. Es triste. ¿Hubo voluntad de dialogar, de ponerse de
acuerdo? Por lo visto no. Mal signo. ¿No es acaso el problema que trajo el
chavismo? Me refiero a la imposibilidad de integrar, no sin tensiones y
desavenencias (que son productivas), estas tendencias.
Muchas de sus diferencias se resumen en el
término “mayoría”. Uno parte del supuesto de que la legitimidad se gana
conquistando esa mayoría siguiendo la lógica electoral, mientras el otro parte
del supuesto de que esa mayoría es sólo parte de muchos otros mecanismos de
legitimación (está el del ejercicio gubernamental, el del respeto a las leyes,
el de la pluralidad) y que la participación electoral, tal como hemos visto en
estos años, está coaccionada por la maquinaria clientelar y la manipulación de
las reglas de juego.
A mi modo de ver, ambas posiciones tienen
razón. Eso implica un esfuerzo difícil que requiere de gran habilidad para
poder moverse con soltura en ambos espacios, cosa que han hecho pero de forma
irregular. No es fácil. Hay que trabajar en el discurso, en la simbología, en
el imaginario. No basta con ir a la calle, ni fundar escuelas, aunque es
importante. La lucha no es sacar a Maduro, o en su momento a Chávez, la lucha
es hacer ilegítimo a este proceso revolucionario, y eso no se ha entendido
bien; por eso la oposición ha sido obtusa, incapaz de entender que el trabajo
es simbólico también. Tiene que ver con
desarmar sus mitos e imaginarios, que permiten una construcción
identitaria que hace ver al opositor como un “enemigo”. Por más que éste dé
razones y argumentos muy válidos, por más que se deje torturar y se inmole ante
ellos, siempre será visto como un enemigo del “proceso”.
Mientras tanto salieron los estudiantes.
Todavía no sabemos si incentivados por uno de los grupos. Habrá que ver eso en
el futuro. Pero igual, ya están en la calle. Hay descontento. Nadie hasta ahora
los conduce. Empezó, según dice, en Táchira. Un intento de violación en un
recinto universitario los sacó. La respuesta del gobierno fue dura y eso
produjo un efecto dominó. Era de esperarse. Ellos no pueden dejar que pase su
futuro así, sin garantías. Es duro. También la situación era insostenible. No
se podía dejar a la buena de dios. Videos corren con salvajes violencias. El 20
de febrero en la noche un despliegue militar, policial y paramilitar como nunca
arreció en distintos lugares de Venezuela. El Estado represivo apareció.
Venimos de una democracia plebiscitaria, a una tiranía de las mayorías, para
terminar en una dictadura “legítima”.
Si hay
agenda oculta, o simple irresponsabilidad, no lo sabemos. No hay pruebas. Lo
importante es que la calle está encendida y algo hay que hacer. Como ciudadano,
uno debe exigir conducción. No apaciguamiento: conducción. Atrás las
rivalidades, las peleas. ¿No somos republicanos? Todos tenemos los mismos
objetivos, pero la diferencia está en cómo llegar a ellos. Que se aclare
entonces el mensaje. Que se diga bien, y desde ahí vamos sumando con un
cronograma claro. Que después se unan otros mensajes y demandas, prefecto, pero
primero lo primero: la justicia y la libertad de los chamos. Que haya una
Comisión de la Verdad, que se responsabilicen los que infringieron la ley, que
se desarman a los colectivos, que se trabaje en conjunto.
Debe haber
unidad. Es la única manera en que el mensaje llegue. Así lo creo, y mientras
pienso todo eso me vienen las imágenes de Leopoldo entregándose en un acto
conmovedor y teatral; no le quedaba otra, si quería mantener su capital
político. Desinfló al gobierno al mostrar que no tenía intenciones terroristas.
Quería incitar la protesta, eso sí. ¿Lo logrará? ¿No era irresponsable sin una
estrategia clara, más allá de la vía para salir de Maduro? Fue su día, pero hay
que ver qué pasará después. Se ganó el corazón de todo el mundo, incluso de los
más escépticos. Pero ahora sólo pienso en los muertos, en los chamos torturados;
en una joven que perdió un ojo y terminó muriendo de la manera más brutal.
Pobre.
El acto sacrificial de Leopoldo brilla por
su simbología. Camisas blancas, gente marchando en la calle. Apareció y dio un
discurso sobrio. Besó a su esposa y con una flor se entregó. El gesto rompe los
esquemas. Tumba. No deja de ser revelador. Algo cliché, sin duda, pero resucita
todo un imaginario: el profesional José Félix Rivas derrotado por el
caudillismo de Boves, Carujo apresando a Vargas, Gallegos sufriendo el golpe de
Estado de los militares. En definitiva, toda una simbología recurrente en el
país del “martirio civil”, es decir, del mundo profesional fatalmente cediendo
al caudillismo militar. Fue atrevido de su parte entregarse, pero abre todo un
capital simbólico que después va a tener consecuencias; algunas de ellas problemáticas,
no lo dudo, sobre todo para aquellos que buscamos criticar el poder de la
simbología mesiánica, personalista y heroica del país. Tuvimos demasiado con
Chávez.
Después de
todo, si vemos con cuidado, el “Estado mágico” ha ido operando secretamente
entre nosotros: la historia la analizamos como una construcción del poder de
padres bueno o malos, nuestras relaciones laborales dependen de un hombre macho
que imponga las cosas y nuestros liderazgos opositores se han visto sólo desde
la perspectiva de tomar el poder desde arriba: con golpes (como pasó con el 12
de Abril, o con elecciones presidenciales). David Smile apuntó algo sobre el
discurso de López que nos arroja duda, aunque también lo podemos ver en muchos
de nuestros líderes: “Nor
does he provide any clear diagnosis or vision of the country. He runs through
the problems people face—crime, corruption, inflation, scarcities—but there is
no discursive work with images of democracy, socialism, liberalism, Venezuela,
Latin America that might make meaningful the situations Venezuelans are
experiencing”.
Nuestra cultura sólo ve la política desde
el poder, desde una lógica de encarnación y no de representación. La simbología
que poseemos para defender los valores amenazados es chata. Pero eso no quita
que las cosas puedan cambiar. No hay que ser deterministas. Lo importante ahora
es que necesitamos de conducción para salir de este atolladero, de líderes que
trabajen juntos, de una estrategia clara. Somos republicanos, insisto. Falta
presionar la comunidad internacional. Ellos pueden parar esto, sobre todo los
grandes países latinoamericanos. Brasil, si hay más muertos es por tu culpa.
Por tu sola culpa. Que pese sobre ti lo que suceda en Venezuela.
Ahora, Henrique ofreció una opción: la
iglesia. Quizás esa es otra vía. Veamos. Al parecer está ese diálogo con Maduro
este lunes. No le creo. Tiene que dar indicios claros de que quiere aceptar a
mitad del país. Igual hay que ver.
4.-Construir ciudadanía
Entretanto,
vuelvo a los estudiantes. Acerco más mi mirada para verlos bien, para
seguirlos. ¿En qué nos interpelan? En varias cosas. Primero, en darnos cuenta
cómo hemos normalizado una situación insostenible: corrupción, escases, miedo.
Segundo, en restablecer una vez el tema de los valores: ¿queremos o no queremos
sacrificarnos por una vida más decente? Tercero y último, en reivindicar una
instancia de nuestra ciudadanía perdida y abandonada.
La
ciudadanía es un concepto como muy solemne, mal visto para culturalistas
lectores de Deleuze. Tiene tres vectores. El primero es el formal y
disciplinario. Los videos de Martha Miranda enseñándonos a votar la basura,
explicándonos no tocar mucha cornetas en calle con una bella sonrisa en los
labios. Recuerdo cursos en el colegio sobre ciudadanía que eran profundamente
esquemáticos para ser “buenos niños de papá”. Esa tradición se remonta al
Manual de Carreño y confunde valores con reglas de cortesía. Sirve hasta cierto
punto, pero no se preocupa en problemas de otra índole. Es correctivo, no
reflexivo; es un buen instrumento para las madres correctas, que van para el
gimnasio y se maquillan muy bien, pero no para los hijos curiosos que buscan
respuestas al mundo que les llega cada vez más rápido en las redes y el
internet.
El segundo
vector es de valores republicanos y humanísticos. Tiene a su vez dos líneas. La
primera es identitaria y cultural. Nos hace parte de una memoria nacional
común, de un ideario. Habla de héroes civiles y de padres y de madres que
crearon las condiciones para nuestra vida presente, y también de formas
culturales que nos dan pertenencia: populares, folklóricas, literarias,
artísticas, sociales, históricas. La segunda es liberal en el sentido político.
Se interesa por la reflexión crítica, porque sabe de la necesidad de una esfera
común racional que nos persuada a pensar lo mejor para los demás, a buscar alternativas
importantes. Martha Nussbaum lo dice claramente: “…cultivar la capacidad de
reflexión y pensamiento crítico es fundamental para mantener a la democracia
con vida” (29).
El tercer
vector tiene que ver con principios de inclusión democrática, lo que Hanna
Arendt llamó el “derecho a tener derechos”. Es la lucha por el reconocimiento,
por reivindicaciones políticas, sociales, legales: derecho por la vida, por la
libertad de opinión, por la seguridad, por la crítica, por la diferencia. Lucha
cultural, simbólica, que si bien defiende la dignidad individual, se labra a
partir de lo colectivo. “La propiedad del ser humano es la construcción
colectiva o transindividual de su autonomía como individuo” (78), explica Homi
K. Bhabha. Es el lugar donde las minorías desplazadas, o negadas (pobres,
inmigrantes, disidentes, perseguidos) nos reclaman o interpelan para repensar
nuestros lazos sociales, nuestras maneras de encuentro y vínculo. Según Étienne
Balibar, siguiendo a Claude Lefort, su legítima demanda nos obliga a
re-inventar la democracia constantemente no sólo porque constituye una suerte
de síntoma de falsa universalización de los derechos humanos (muestran su excepción),
sino porque nos interpelan éticamente para crear nuevos lazos de comunión.
De estas
líneas o vectores, lo que ha dominado en Venezuela es la primera; la miss
bonita hablando de cómo ser “dignos” y serios. Lamentablemente la segunda línea
ha sido muy descuidada, tomada por un culto bolivariano y gerencial chato, y la
tercera desdeñada; por esto terminamos votando por un militar mesiánico. En
estos momentos, con el chavismo, las tres se han ido mutando progresivamente: la
primera sustituida por una pedagogía militar, la segunda sustituida por el
humanismo del ideario del nuevo hombre revolucionario y del culto bolivariano
llevado hasta su máxima expresión, y la tercera raptada eventualmente bajo el
chantaje clientelar de ceder algunos derechos políticos (el de libertad de
conciencia, el de crítica, el de seguridad). Quince años de atropellos lo
demuestran claramente: listas Maisantas, pagos, amenazas de colectivos,
inseguridad, militarismo, falla de información.
Ahora,
concentrándonos en la tercera línea de ciudadanía, podemos ver cómo ha habido
una sistemática des-ciudanización del crítico y opositor. Primero, fueron
borrando su derecho a la crítica con insultos, descalificaciones, medidas
penales, amenazas. Segundo, fueron minando su libertad de conciencia con
chantajes sociales y políticos: si trabajas para el gobierno debías ir a
marchas y firmar documentos con la amenaza de no tener empleo, o debías votar
por ellos porque te podían despojar de algunos de los programas sociales.
Tercero, fueron minando su derecho a la vida, con falta de políticas de
seguridad e impunidad deliberadas, con falta de políticas de salubridad y de
gobernanza públicas efectivas. Cuarto, fueron suprimiendo su derecho a la
información: falta de medios autónomos, censura y auto-censura, complicaciones
al acceso a las fuentes, uso de estadísticas sesgadas. Quinto, fueron
restringiendo su derecho a la protesta: marchas paralelas para aminorar el
impacto de las marchas opositoras, grupos para institucionales que salen a agredir
y meter miedo, restricciones arbitrarias para dar permisología, criminalización
a los protestas, grupos infiltrados.
Ahora bien,
esas condiciones de “des-ciudadanía” y esa nueva ordenación que produjo el
chavimos de los tres vectores que he mencionado antes, ha sufrido al menos por
un momento un quiebre con esta manifestación estudiantil. Un quiebre que ha operado
bajo dos dimensiones: ha abierto una ventana a la indignación, a no querer
seguir el juego de chantajes del gobierno, y ha puesto en evidencia no sólo el
proceso de pauperización que muchos han vivido en el país, sino también el
carácter represivo del gobierno, su pulsión totalitaria.
Pero,
cuidado, digo “por el momento”, porque todo se está radicalizando y el aparato
represivo del Estado está ocultando y distorsionando información. No sé en qué
puede terminar todo. No lo sé ya.
Sólo pienso
en lo que pudimos hacer mejor. Sólo en eso. Reconozco el trabajo loable que han
hecho y hacen nuestros dirigentes, pero igual pienso en cosas que nos faltaron
hacer a todos. Si la alternativa democrática quería trabajar en serio,
necesitaba pasar por la construcción de una ciudadanía que pudiese conjugar mejor
esos vectores que he mencionado. Necesitaba hacer del “elector” un ciudadano,
acercarse a su realidad, a sus demandas, exigiendo a su vez compromiso y
valores. Debía reconstruir la identidad nacional, cosa que nunca les interesó hacer con verdadera
seriedad. El chavismo construyó un imaginario y por eso ha sido difícil
interpelarlo; se sienten parte de algo, que nosotros no ofrecemos con discursos
de casas limpias o de valores abstractos; un imaginario que excluye a sus “críticos”
y que se actualiza en el odio con que colectivos y militares golpean a
“ciudadanos”.
Ahora la alternativa está errática. Sin
mensaje claro. Me imagino que pronto se verán figuras de liderazgo que pueda
capitalizar el descontento y conducir todo esto a un buen camino. Sólo espero
eso. Henrique va oliendo mejor la situación, se notó en la manifestación de
este sábado. Fue alentador verlos a todos, incluso a los que se equivocaron de
estrategia o de no tener estrategia. La responsabilidad va para los dos bandos.
Termino aquí, viendo en las redes lo que
está pasando. Me siento impotente. No puedo hacer nada sino escribir y pensar
en “caliente”, con el dolor en la garganta de los estudiantes asesinados y, al
parecer, torturados. Pienso que si no hay signos claros de diálogo, se tiene
que encauzar el descontento con un cronograma de protestas claras y definibles,
pacíficas, conducidas por la oposición. Quiéranlo o no. No queda otra. Eso es
lo que creo. Tengo varios días sin dormir, como varios amigos, que sufren por
igual el país. ¿Qué pasará? No lo sé. Sólo pienso en los estudiantes, en lo que
defienden, en lo que los llevó a exponerse de esa manera para perder la vida.