JUAN CRISTÓBAL CASTRO
En todos los campos existe una lucha por definir quién
decide quién forma parte del campo y quién no. Quién es escritor y quién no.(…)
En cada campo, en la poesía por ejemplo, hay un desafío escondido: el derecho a
jugar o el fuera de juego. Y una vez que el juego está en marcha, cuáles son
las bazas que cada uno tiene.
Pierre Bourdieu
Célebre es
la cita de Sócrates: “una vida no examinada no merece ser vivida”. Ante la
estampida de reacciones generadas por algunas posiciones mías y otras personas
cercanas contra la exposición Manifiesto
País, no dejo de pensar en la bendita frase. Por ella he decidido escribir
y, quizás, ganarme más enemistades, ahora que ha pasado el tiempo y podemos ver las cosas con
un poco de distancia.
Antes que nada, defiendo mi
derecho a disentir, a reservarme el aplauso y no darle “like” a los mensajes
que postearon en Facebook los amigos para publicitar el evento. También
defiendo la posibilidad de ver con naturalidad, sin complejos o amenazas, la
revisión crítica que merecen este tipo de eventos públicos, una exposición que
pretende nada más y nada menos que manifestar el “país”. ¿O es que son sólo
para el elogio y la contemplación aurática?
No he tenido el propósito de
reabrir este debate, si no fuera por esas respuestas destempladas que se
produjeron ante los comentarios que di sobre la exposición, y que me hicieron
dar cuenta de que algo muy raro había atrás de
todo. Si bien algunos se pronunciaron en defensa del evento con respeto, otros,
de manera indirecta, descalificaron de antemano, por no decir que fueron muchas
veces insultantes y virulentos y, sobre todo, muy contradictorios.
Cinco chantajes emocionales
terribles se nos hicieron a mí y a otros que criticamos la exposición,
intentando socavar cualquier tipo de reflexión. Los resumo brevemente a
continuación, sólo para mostrar cómo hemos aprendido a “tolerar” la disidencia
con el chavismo.
Primero, se dijo que criticar
el evento revelaba un “resentimiento” por no haber sido invitado, además de
abrir (para algunos) las heridas que el chavismo nos había dejado en estos
tiempos. Perfecto: entonces se trataba de un homenaje apologista de un grupo
que habla de “pensamiento” pero que no permite que otros piensen, reservando el
círculo del pensar para algunos privilegiados.
Segundo, se me señaló que
como estoy afuera no puedo entender el fenómeno. Perfecto: si bien reconozco
esa limitación, también me pregunto –siguiendo ese argumento– si toda la
crítica de arte contemporánea queda invalidada porque quienes la realizan nunca
estuvieron en las exposiciones de los vanguardistas y de muchos de los autores
o exposiciones que analizan.
Tercero, se advirtió que
criticar el evento era hacerle el juego al chavismo por haber maltratado tanto
a la cultura. No me convence: además de binario, sigue el esquema de lo que
muchos critican del gobierno.
Cuarto, se intentó detener el
debate alegando que se debía ser constructivo y dejar la “criticadera” tan
“venezolana” (Rayma dixit). Pregunto: ¿acaso unas opiniones en Facebook boicoteaban
un trabajo con un enorme respaldo en la redes, en los medios, que terminó muy
bien?, ¿o es que mostrar desacuerdo sin descalificaciones es acabar con todo
esfuerzo que se haga en el país? Además, yo no trabajo para la Sala Mendoza o
para la Cámara Escrita, ni tampoco leo el Manual de Carreño, y no tengo por qué
escribirles a los organizadores en privado en nombre de un supuesto respeto que
merece su labor.
Y cinco, se me indicó que si
tanto critico el evento por qué no hago algo yo igual o mejor. Increíble: bajo
esa lógica si confieso que no me gusta una película, por más que argumente mis
razones, debo hacer yo mismo una para validarla. Además, yo soy profesor y
crítico, no curador o productor cultural, y desde ahí soy criticado por mis
estudiantes con evaluaciones que escriben al final, y cuando se trata de una
investigación en una revista soy leído por un comité que acepta o rechaza mi
escrito. Zapatero a su zapato.
Es posible que mis opiniones fueran
duras, pero nunca me expresé sin argumentar. No es mi interés victimizarme,
pero quizás habría que reflexionar sobre la manera en que se personaliza todo
entre nosotros; en este aspecto las redes no contribuyen: arman círculos de
amigos donde se imponen rígidos consensos afectivos, sentimentales. En
cualquier caso, lo que no acepto es que no haya razones distintas del “resentimiento”
para rechazar el evento en cuestión.
La exposición Manifiesto país fue una iniciativa
interesante de encuentro de escritores, integrando sus textos a otros formatos
y reconozco el esfuerzo que se hizo, como sucede en todo trabajo de esas
dimensiones. Pero ya. Hasta ahí. Ni es la Semana de Arte
Moderno de São
Paulo, ni el Cabaret Voltaire de los
seguidores de Hugo Ball, ni el “acontecimiento” de una nueva Venezuela
pensante. Es
verdad: tiene intervenciones al estilo de los dadaístas y sus collages, de las vanguardias rusas,
incluso elementos del pop-art y del arte conceptual, con mensajes conmovedores
siguiendo el reciclaje de la estética URSS y otras vanguardias y movimientos,
que ya se ha hecho un lugar común en muchos eventos y diseños: desde la
laureada Dream Factory Communism (2003), curada por el mismo filósofo
y crítico Boris Groys hasta el trabajo de Gerardo Muñoz Designing post-comunism (2012), en el
que reunió a los artistas cubanos Ezequiel Suarez,
Filio Galvez, Hamlet Lavastida y Rodolfo Peraza, entre otros.
Me parece en ese sentido una
buena oportunidad para que la gente valore a muchos autores que quiero y
aprecio, y que se merecen los reconocimientos que el gobierno no da; la
exposición presenta la voz de escritores venezolanos consagrados como Guillermo
Sucre, Rafael Cadenas, Elías Pino Iturrieta, Elisa Lerner, José Balza, Victoria
De Stefano, María Fernanda Palacios, entre otros, desde otra dimensión que me
parece muy loable y sugerente para quienes no conocen su obra. De eso no cabe
la menor duda. Pero dicho esto, paso a explicar
mi posición sobre los aspectos que no me gustaron, que a mi modo de ver no me
parecieron bien y me resultaron en lo personal hasta indignantes.
Nos-otros:
¿país pensante, letrado o mediático?
Mis reparos son varios.
Parten de la falta de un concepto más sólido, y de un fin más productivo para
reunir esa comunidad. Desde ahí enumero mis críticas.
Mi primer reparo es que
siento cierto aire de calamidad y desaprobación sentimental en las
intervenciones. El
gran historiador Elías Pino Iturrieta, por ejemplo, nos testimonia en tono de
negación una bella afirmación: “No quiero ser tabla rasa. La revolución quiere
borrar los hechos de los antepasados, mis antepasados pero me aferro a ellos.
Son el fundamento de mi vida”. La joven y talentosa escritora Enza García
Arreaza profiere: “(…) pero escribo porque me queda ser un animal incierto que
pide perdón por un pasado que nadie recuerda honestamente”. Hay otros testimonios y posiciones más
desamparadas, y otras más
esperanzadoras, pero he visto que predomina más lo primero que lo segundo.
El escritor aparece con sus
nombres inscritos dentro o fuera de cada obra, donde la estética visual se
delimita fuertemente dentro de un marco (el del cuadro y el de la firma),
domesticando, a mi modo de ver, la rebelión que sería romper las fronteras
entre la obra y el público, entre el autor y el lector. La escritura además se
impone en muchos casos sobre la imagen, la cual sirve como decorado y no
construye una interacción entre lo textual y lo gráfico que complejice la
interpretación.
Algunas obras nos ponen a contemplar
declaraciones quizás bellas, pero muchas veces melodramáticas, y sólo desde un
ámbito: la tentativa aislada de redención frente a los males del chavismo. Hay
una suerte de simplificación de la complejidad del conflicto social y político,
visto sólo como espectáculo del drama personal de liberación. Pareciera reunir
desde el lamento, la melancolía y el duelo, en una estetización del gesto
personal, en vez de reunir desde una mirada que inspire coraje, diálogos,
encuentros, happenings, participaciones con el público y nuevas interacciones,
más allá de la contemplación acrítica del “manifiesto personal”.
En algunos casos se intentó
mezclar los textos con caricaturistas, con fotografías sobre las
manifestaciones estudiantiles, que se proyectó en la serie Argumentos, pero
creo que esto se ha podido articular mejor. Integrarlo de manera que convocara
la participación del público. Pienso por ejemplo en los
experimentos del arte relacional, que ponía a la gente a compartir tareas en
conjunto para así crear comunidad, tal como explicaba Bourriaud de varios
artistas de los noventa. Ilia Kabakov, por otro lado, durante la dictadura
comunista en la Unión Soviética llevó a cabo presentaciones que consistían en
exhibir colecciones de documentos, memorias, de gente renegada y olvidada por
el régimen, en las que todos participaban.
Estos quizás son reparos
personales que no niegan que las intervenciones sean bonitas. Sólo indico sus
limitaciones para crear una comunidad crítica, pensante, creativa, y para
propiciar una conciencia sobre el importante papel de los creadores y los
pensadores en la sociedad. Creo que lo que predomina es más bien el ánimo de
contemplar de forma sublime los gestos de cada uno desde sus firmas. Tampoco
veo, a excepciones de casos muy puntuales y específicos, formas de intervención
política, en el sentido de Rancière, nuevas “distribuciones de los sensible”
que nos permitan ver la realidad nacional y el populismo de otra manera, desde
otra óptica más productiva: la mayoría de los mensaje no salen del contexto
político y su lógica representacional.
Mi segundo reparo es con los
criterios de selección. 66 escritores es mucho y es poco a la vez. Nos hace
pensar en una complacencia en la convocatoria que al toparse muy distintos
niveles de calidad, rango, edad, disciplina, excluyó a otros tan o más
importantes como los seleccionados. Cosa que nos hace presumir que dichos
criterios no fueron claros y hasta tuvieron un tinte muy populistas. ¿Por qué
una cifra tan grande y con gente tan disímil? Lo que afirma la Lisbeth Salas en
una entrevista para El Nacional fue
que quiso congregar a los “grandes maestros” con la “generación intermedia” y
con gente joven, es decir, los relevos.
Confieso mi indignación en
este punto por dos motivos. El primero, mi sorpresa al ver gente con un inmenso
capital político, intelectual o cultural, gente con gran obra que incluso
estuvo presa durante Pérez Jiménez, o profesores míos de gran respeto, o gente
que viene haciendo trabajo duro público y de reflexión como Gisela Kozak o
Tulio Hernández, junto con otros que apenas tienen una obra publicada o que
básicamente han trabajado mucho en el área de las relaciones públicas. ¿Por qué
colocarlos juntos? Para mí tiene un aspecto ético que se debe considerar, pues rebaja
el trabajo de los primeros en beneficio de los segundos, por no decir que
diluye las razones por las cuales ganaron el prestigio que hoy en día tienen.
La segunda sorpresa es comprobar que no se incluyó a otra gente tan o más importante que algunos de los que estaban ahí. No entendí por ejemplo cómo no invitaron a Luis Miguel Isava, discípulo de Lyotard y Sucre, y unos de los más importante teóricos venezolanos, además de ser poeta, traductor, crítico. Tampoco vi nombres de reconocidos escritores, como el gran poeta y crítico Rafael Castillo Zapata, el mismo Rafael Arraiz. Tampoco vi alguien tan importante como Verónica Jaffe, una de las mejores traductoras venezolanas, y notable poeta y ensayista, y muchas otros creadores. También faltaron nombres como los de Arturo Gutiérrez, Raquel Rivas, Joaquín Marta Sosa, Patricia Lara, entre otros. Seguramente hubo algunos convocados que no pudieron o no quisieron aceptar, no sabremos nunca quienes fueron simplemente olvidados, pero en cualquier caso creo que ese elemento merecía una explicación en el marco de este intento de manifiesto.
El argumento que se ha
esbozado, a mi manera de ver simplista, es que no se podía invitar a todo el
mundo. Pero me pregunto: ¿por qué sí invitaron a unos que apenas tienen obra,
jóvenes buenos para las relaciones públicas, y no a otros que tienen trabajo,
formación? ¿Cuál fue el criterio real de una exposición que intenta ser un
manifiesto por el país?
Otro elemento importante, que
denota cierta la falta de criterios y tacto de la selección, es el del oficio o
profesión de los manifestantes. En su mayoría son narradores, ensayistas y
poetas, pero no sabemos por qué se coló un gran historiador (Elías Pino
Iturrieta), una querida politóloga (Colette Capriles), notables filósofos y
críticos de arte (Erik Del Búfalo, Sandra Pinardi), por dar algunos ejemplos. Entonces
se impone una pregunta: ¿por qué no otros tan laureados como Germán Carrera
Damas en el ámbito de la historia, o Juan Carlos Rey, en el de la política? Digo
sólo por mencionar a algunas de las eminencias de la politología venezolana del
sigo XX venezolano. ¿O por qué no está un filósofo como Rafael Tomás Caldera,
medievalista, elegante ensayista, con una importante contribución sobre
Gallegos y publicado nada menos que en la clásica Librairie Philosophique
J. Vrin?. ¿O una socióloga tan importante como Paula Vásquez, una de las
pocas venezolanas publicada en francés? E incluso su padre, el profesor Eduardo
Vásquez, que desarrolla una importante labor de lectura de texto de filosofía política
en la prensa nacional. ¿O la reconocida
curadora y escritora Gabriela Rangel, con importante obra de difusión de nuestros
artistas en el exterior?
Suelto sólo algunos nombres,
porque hay muchos que también están “pensando” el país y tienen quizás más
derecho y más pertinencia que otros que se incluyeron para “manifestarse”. Y
por tanto estas son preguntas que hay que hacerse, porque si pretendo hablar en
nombre del “país” y hago una selección que pretende representarlo ésta al menos
tiene que ser bien justificada, ¿o no? ¿No se está constituyendo es ese modo un
“nosotros” cerrado, privilegiado? ¿No se está reclamando el derecho de hablar
por otros al hacer una exposición cuyo nombre es “Manifiesto-País”? ¿No es
justamente ese desconocimiento de la diferencia, la pluralidad, y una
representatividad espúrea lo que criticamos en la idea de comunidad que
promueve el régimen?
Trato de pensar entonces los
criterios de la selección y me pregunto muchas cosas. Definitivamente no se
eligieron por su trabajo académico: unos tienen trabajos de gran envergadura y
otros si acaso publicaron un libro de poemas. Tampoco se eligieron por su
calidad de escritura, estilo y reflexión crítica: unos más que otros tienen
densidad, espesor, estilo. Tampoco se seleccionaron por su presencia pública:
unos son grandes críticos y polemistas, mientras que otros permaneces recluidos
en el silencio. Menos todavía, por su crítica política: hay fieles a la
democracia defenestrada con otros que fueron chavistas y quizás otros hasta algo
oportunistas. Podría argumentarse, para darle el beneficio de la duda a los seleccionadores,
que se hizo una consideración de todos esos aspectos a la vez, tratando de
hacer una suerte de “ligadito” Hit,
pero si es así, ¿no creen que ello se presta a cierta suspicacia? Al menos, sin
duda, se expone a la crítica.
Si alguien hace una antología
de poesía, necesariamente tiene que incluir a algunos y excluir a otros, pero
para ello debe ser una figura calificada y además explicar su criterio en una
introducción que al menos toma unas cuantas páginas, porque de lo contrario
será criticado. Incluso el antólogo podría decir que se seleccionó a los que
les gusta, sin más, y ello se podría justificar por su autoridad en la materia.
Pero no se ha dicho cuál es el criterio en este caso. Creo
que esto ha podido generar con razón, y como lo ha apuntado Sandra Caula, algo
de decepción en muchos, porque si los criterios son tan inasibles, entonces no
estoy reconociendo verdaderamente la labor de muchos de los que estaban y menos
de los que no estaban.
Estoy seguro de que si de
pronto se hubiese hecho lo mismo desde una visión mas humilde, con escritores
reconocidos, se hubiese podido generar más comunidad y respeto por la muestra.
Si uno ve bien, y siguiendo los términos que usó la misma responsable del gran
evento, creo que en el grupo de los “consagrados” no habría demasiados
problemas, quizás en la de los “intermedios” ya relucen la falta de algunos y
se siente alguno que otro “coleado”. En la selección de los nuevos quizás está
lo más problemático.
Las anteriores preguntas me
llevan a otra más importante: ¿Quién es Lisbeth Salas, y quién la gente que la
acompañó para determinar los criterios de esta selección tan errática y
arbitraria? ¿Qué autoridad la asiste en el campo intelectual y cultural
venezolano para haber decidido de esa manera (ella en la entrevista habla de
“grandes maestros”), usando el nombre del “país”, y por qué muchos de los que
estuvieron ahí acríticamente le concedieron esta autoridad?
Más allá de que se trate de
una iniciativa valiosa que merece reconocimiento, y tomando en cuenta la
necesidad de promover trabajos de este tipo, creo que es importante
preguntarnos todas estas cosas para otra ocasión. Porque a mí me sorprenden, y
en esto también tiene un gran responsabilidad la Sala Mendoza, dos cosas. Una,
¿por qué no se eligió a un curador para una tarea de esta índole? Y esto
permite entender la molestia de muchos curadores importantes que están en el
país. Dos, ¿por qué se eligió a alguien a cargo de una editorial? Es como si
para organizar la selección de beisbol de un país, en vez de convocar a un
entrenador se convocara al presidente de un equipo.
No dudo del profesionalismo de Lisbeth y de su
seriedad, pero ella y su equipo deben comprender la incomodidad que generaron
en una comunidad más grande que esos 66, sobre todo en estos tiempos en la que
ha sido tan golpeada. Es importante entender, y este punto ha insistido Sandra
Caula con gran valentía y lucidez, que una cosa así puede abrir muchas heridas
innecesarias.
Pero las implicaciones de este hecho me
resultan muy interesantes, en todo caso, como sociología cultural. También para
pensar mejor desde ese ámbito los elementos de consagración que la
mediatización de la crítica y la creación ofrece en Venezuela en tiempos de escasez.
Pierre Bourdieu en muchos trabajos ha hablado de la cultura como un “campo”
simbólico relativamente autónomo de las realidades sociales y el poder, que
tiene sus propias reglas de legitimación, sus propios valores. Dentro de este
espacio cultural hay otro espacio, el “campo intelectual”, conformado por la
academia, los críticos y grupos de especialistas, que tienden, con distintos
procedimientos y por motivos diversos, a legitimizar ciertas obras más que a
otras. Con el populismo dictatorial del chavismo
esta autonomía relativa se ha ido perdiendo por completo, pues se partidizaron
las instituciones culturales y se obligó a los creadores, editores, productores
culturales y críticos independientes a refugiarse en la empresa privada.
Así surgieron sellos
editoriales pequeños, librerías modestas, paginas webs o galerías de arte, todas
iniciativas alternativas, que han gozado de un difícil éxito. El peligro de
algunas de estas tendencias es que para sobrevivir han tenido que imponer en
muchos casos (no todos), sobre los criterios de consagración del campo
intelectual, criterios propios de los productos comerciales: imagen y
visibilidad, número de ventas, usos de clichés, polarización política. Y esto
ha operado soterradamente mientras que se auto-promocionan como espacios de
crítica del gobierno, contando con la adhesión ferviente de ese público
político. También ha sucedido que, con la estampida de importantes críticos y
figuras culturales, muchos de estos espacios han sido ocupados por nuevas
figuras o personas cercanas a algunos espacios de poder político alternativo,
que tienen criterios muy parecidos.
Esto, a mi modo de ver, ha tenido
graves consecuencias. Por un lado, y sin conciencia de ello, se ha legitimado
un tipo de crítica hacia el chavismo, negando u omitiendo otras formas: lo que
sobresale es la mirada periodística del comentarista político, el gran
“opinador”, sobre la del crítico teórico y el especialista que no son
“mediáticos”. Por otro lado, también ello ha tendido, a medida que la crisis
económica se ensancha, a arriesgar menos y apostar siempre con lo mismo:
grandes autores y firmas, novelas históricas o historias anecdóticas, textos
narrativos menos experimentales, complejos, altamente complacientes. Otro efecto
de lo anterior es la autopromoción del escritor o intelectual, quien para poder
vender y sobrevivir debe estar todo el tiempo promoviendo sus trabajos,
haciéndose visible, creando un público que no tiene y un espacio que no le dan
los medios.
Este trabajo de Lisbeth Salas
es un síntoma de esta realidad. Al ser fotógrafa y editora, decidiendo sobre
materias artísticas y literarias, pone en evidencia las conexiones perversas
que se han dado entre el espacio mediático y la lógica del mercado, con la autonomía
en crisis del “campo intelectual”.
Mi tercer reparo es que para
“manifestar el país” sólo se haya pensado en escritores y en escritores de la
ciudad. Esto me asombra. Me vino a la mente el
fantasma de Ángel Rama y algunos seguidores suyos, los post-subalternos, que
tanto han criticado a la “cultura letrada” del país. Para quienes no conozcan
la tesis de Rama, les recuerdo muy brevemente que ha sido la promotora de lo
que yo llamaría como el “complejo de culpa de la letra”, que hace ver a todo
escritor y pensador como un nostálgico del orden colonial, de las estructuras
de poder del Estado, un reaccionario que niega la oralidad del pueblo y de la
“ciudad real” que es esencialmente iletrada.
Siguiendo esas lógicas, la
pléyade de críticos que se han juntado con el hispanista norteamericano, baluarte
del progresismo Disney, y ahora post-subalterno (y seguro mañana otras cosa que
decrete la moda académica), John Beverley, han querido mostrar cómo en estos
supuestos tiempos de grandes cambios sociales y revolucionarios se ha impuesto
un nuevo neoconservadurismo por parte de aquellos creadores y críticos que se oponen a lo popular y a la “democratización”
de la sociedad de masas, junto a las reivindicaciones sociales que trajo la
“marea rosa”. Ahora, lo que no entiende este pensador es que no se puede
generalizar de una manera tan obtusa y simple las posiciones y contextos de
cada país y campo intelectual, además de que no piensa bien las complejas
dinámicas entre los campos culturales y los campos de poder, muy diferentes en
cada situación.
Pero al proponer Lisbeth
Salas una exposición con criterios que privilegian a la ciudad, y en donde se
tiende a monumentalizar a los escritores desde sus firmas y gestos de horror
por lo que viene sucediendo en Venezuela, ha terminado haciéndole el juego,
para mi despecho, a las críticas funestas del pensador uruguayo y sus
seguidores, ahora desde la arena mediática. Por otra parte, creo que hubiese
sido muy productivo haber tenido una diversidad de artistas, diseñadores, agentes
culturales y músicos (desde diversas esferas y circuitos culturales),
compartiendo todos con nuestros escritores: también ellos piensan e imaginan el
país.
Ahora, tomando en
consideración el título (Manifiesto país)
y todo lo que he dicho hasta el momento, me pregunto una vez más ¿quién puede
hablar por el “país”?, ¿quién decide lo que Sandra Caula define como “el
nosotros”? Creo que puede ser muy temerario, y hasta muy peligroso, por parte
de una notable fotógrafa y gran editora, y por parte de la Sala Mendoza,
erigirse como fiscales para decidir tal cosa en una situación como la que
padecemos, con un evento de tanta visibilidad, sobre todo cuando la tarea
intelectual, crítica, y creativa de rigor, ha sido la más afectada
mediáticamente.
Para mí es un ejercicio de
pedagogía y de ciudadanía creativa intentar, en la medida de lo posible,
destacar en los medios el justo esfuerzo intelectual, la lógica del
reconocimiento de esta esfera que no sigue la productividad del mercado más
burdo o chato, que tiene otra jerarquía vinculada al trabajo de pensar, crear,
decir cosas incómodas, argumentar, abrir nuevas formas de ver, de decir, de
imaginar. Pero siento que eso no se logró bien en la particular exposición de
Lisbeth Salas.
El cuarto reparo involucra la gran
oportunidad que se perdió de reunir comunidad.
Como he sugerido, siento que faltó proponer vías de discusión propositiva, más
que la contemplación y exhibición individual (que se presta para la egolatría
impúdica o el sentimentalismo improductivo, como ha pasado en las redes) sin
abrir agendas de discusión importantes, tan necesarias en el país, y que ha
podido servir en ese momento. Es verdad que la exposición ofreció, antes que
nada, un lugar de encuentro, y eso es mucho en ciertas condiciones. También es
verdad que hubo uno que otro evento que ofreció intercambios con artistas y
estudiantes, y su idea es muy buena y hay trabajos muy interesantes. Pero
insisto en que lo que se privilegió fue la
contemplación de la liberación personal, y no el encuentro propositivo, porque
si yo hablo de “Manifiesto país”, me debe interpelar una conciencia pública, un
deber ciudadano, un reflexión crítica y ética del espacio que ocupa el creador
y el pensador dentro de su nación, dentro de su república, y no sólo el afán
esteticista o de reconocimiento personal. Si lo que se buscaba era eso, hubiese
sido mejor llamar la exposición con otro nombre y haber evitado estos
percances.
Este es el punto que más me
indigna de todo lo que he visto y escuchado, siendo una oportunidad de oro para
reunir a muchos intelectuales y artistas, así como otros productores
culturales, para pensar y proponer algunos puntos que nos conciernen en estos
tiempos, como por ejemplo: 1) pedirle a la MUD y a La Salida un espacio de
debate y crítica donde la agenda cultural e intelectual sea importante, 2)
tomar posición en la reforma educativa para que se incluya mejor la formación
humanística y cultural (literatura, arte y filosofía) en las universidades y
escuelas, 3) pedir espacios de discusión en donde se estimule el debate y el
mecenazgo cultural, 4) exigir que los líderes de la alternativa expresen en sus
discursos un vínculo más estrecho con nuestras tradiciones civiles y
culturales, 5) exigir que las gobernaciones y alcaldías de la alternativa tengan
agendas culturales donde se promueva la discusión, donde haya bibliotecas y
plazas. También puede ser algo dirigido contra el gobierno, para no quedar como
el grupo de los intelectuales “opositores”.
Pero hay otros puntos que han
podido trabajarse ahí. Ha podido buscarse maneras para denunciar otros asuntos.
Por ejemplo, el hecho de que los grandes periódicos, como El Nacional y El Universal,
como nos ha hecho ver un interesante texto de Vanessa Vargas
(“Eliminar el cuerpo de cultura también es una decisión editorial”), han
decidido por cuenta propia renunciar a los espacios culturales. Dicho trabajo
muestra cómo la continua desaparición de los cuerpos culturales
de los periódicos no es sólo producto de la crisis de papel promovida por el
gobierno, sino también es producto de una medida editorial de “viejo cuño”.
Siguiendo una investigación de la profesora Moraima Guanipa, se señala cómo a
lo largo del tiempo se ha ido sustituyendo o mezclando la sección cultural con
la del espectáculo. De igual modo sucede con la falta de remuneración de las
colaboraciones de estos trabajos, que ya se dan por una hecho consumado, por no
hablar del fallido proyecto de derechos de autor, sostenido por unos hipócritas
escritores chavistas que sólo sirvió para pagarle sus honorarios personales.
También insisto que otro
elemento importante para reflexionar y denunciar es la falta de gestores y
mecenas culturales adentro y afuera del país (más lo segundo que lo primero).
Se ha podido usar el evento para hacer pedagogía ciudadana y mostrarle a muchos
por qué es importante preservar la autonomía intelectual y creativa en el país,
para mostrar por qué dentro de la discusión pública es necesario tener la
participación de artistas, escritores, cineastas, músicos, así como académicos
de diversa índole, que no sólo sirven para mostrar su dolor y agonía en bellos
cuadros.
Claro, estos son elementos
digamos que “republicanos”, que no necesariamente todo artista y creador debe
seguir en su obra (porque se trata de defender también su autonomía estética),
pero insisto en que si propongo una exposición que busca hacer en forma pública
una “manifestación” de los escritores y “pensadores venezolanos” sobre la
situación del país, entonces debo exigir un poco más de compromiso ciudadano,
por decirlo de alguna manera, no desde sus obras que pueden ser perfectamente
antiéticas, amorales, pero sí desde sus intervenciones en la esfera de lo que
algunos llaman lo “público” (que como sabemos, ha ido cambiando).
Dicho
esto, aclaro de nuevo: sí, la exposición fue interesante y tiene su valor en
estos momentos como pequeño y bello oasis del desierto chavista. Pero quizás la
apología de esa satisfacción, defendida de una manera tan irracional, termine
siendo cómplice de lo que se critica.
Pero no soy yo quien puede dar la última palabra. Nada más lejano a mi
intención. Que juzgue el lector, después de mis argumentos, qué toma y qué no
toma. Ahora, sí quisiera pensar antes de terminar en lo que nos dice este
evento sobre el papel de la comunidad creadora e intelectual en tiempo oscuros.
Vuelvo a las implicaciones de la cita de Platón que esgrimiera Sócrates en su
célebre defensa frente al juicio que se le dio en Atenas y la necesidad de
examinarnos como colectivo desde la pluralidad que somos, pues muchos se han
vuelto en expertos en criticar a los políticos, al gobierno, pero no toleran
nunca que se les haga crítica.
¿Quién
manifiesta: creador, intelectual, showman?
La primera vez que supe del
proyecto desde la distancia me encantó la idea, pero confieso que en un
principio tenía ya serias dudas de cómo serían los criterios de ese trabajo.
Por lo que vi luego de su inauguración y por los comentarios que he leído en
algunos muros, en las reseñas que se han hecho en El Nacional o en El Universal
—en la que predomina el tono laudatorio y la poca reflexión, la celebración
acrítica (“qué bonito mi trabajo”, “qué bello esto”, “qué cita”, “qué profunda
reflexión”, “qué grande mi pana”, “gracias, Lisbeth”)—, no pude sino
decepcionarme. Revisé varias obras, y si bien me pareció que se lograron cosas
interesantes, en muchas de ellas no se salía del círculo “aurático” anterior.
Me decepcioné sobre todo en
unos momentos en los cuales, sentía yo, debía usarse esa comunidad, ese “bello”
encuentro, para pronunciarse en muchos aspectos necesarios para mantener esa
comunidad y para darle el estatuto que se merece, porque no es sólo una
comunidad de escritores aislados, como parecieran pensar muchos “genios”
superdotados, es una comunidad de lectores, de críticos, de editores, de
bibliotecarios, de vendedores de libros, pero también es una comunidad que
tiene un rol importante dentro del espacio público, dentro de la sociedad
civil, que debería promover el debate, la reflexión, nuevas formas de vernos e
imaginarnos, de convencer con buenas ideas, con buena argumentación, con
crítica de verdad.
Como he dicho antes, yo reconozco que el deber
de todo creador es su obra, pero cuando la obra se empieza a utilizar para
intervenir en el espacio público —bien sea con intenciones sensacionalistas y
mediáticas, bien sea por la legítima preocupación
social— ya se le debe exigir coherencia, rigor, compromiso, valentía,
profundidad, seriedad. No todo creador es intelectual
y al revés. Y la verdad es que no sé en ese sentido si la agenda de nuestros
"escritores” (sobre todo narradores y poetas) que critican la realidad
política y social del país, asumiendo o queriendo asumir un papel
“intelectual”, sea realmente "republicana".
¿Por qué lo digo? Por algo
simple: no los he visto discutir de manera sistemática sobre el lugar de las
humanidades en el país, o polemizar con igual pasión a como hacen sobre
Capriles o López sobre las reformas educativas y la formación literaria y
cultural, o sobre el lugar de la televisión pública, o sobre una propuesta de
pensar mejor una alternativa de democracia con valores republicanos e
interculturales, que pueda ser social sin ser clientelar. No lo he visto en
muchos de la exposición de Lisbeth, salvo por supuesto gente como Gisela Kozak
o el mismo Tulio Hernández que vienen trabajando fuertemente en algunas cosas
como hormiguitas.
Para la generación de Sucre,
de Cadenas, e incluso para generaciones anteriores (Rosenblat, Uslar y otros),
la educación era un tema importante. Es verdad que por ahí está Miguel Angel
Campos, quien tiene notables indagaciones sobre este tema, y algún otro
investigador, pero no es algo común. Por eso me pregunto: ¿por qué nuestros
notables “nuevos” creadores no abren agendas y promueven ese tema de discusión?
Después de todo, sin instituciones educativas, pocos lectores habrá. Además, es
una agenda para crear conciencia, algo muy serio como para dejárselo a los
pedagogos y a los profesionales de la educación.
Cuando vea realmente un
proyecto como el de la revista Punto de
Vista en la Argentina de la dictadura, donde se traducía lo más importante
del pensamiento cultural inglés, de los post-estructuralistas franceses, entre
muchos otros, o cuando vea un activismo al estilo de los polacos Bronislaw
Geremek, Adam Michnik, Tadeusz Mazowieck o de los intelectuales checoslovacos,
muchos responsables de la primavera, o incluso del grupo CADA chileno y la
revista de Nelly Richard, podré decir que algo se está dando en el país, que
algo se está “manifestando” de verdad. Por ahora lo que veo son muchos abrazos,
muchos retratos, muchos gestos lacrimógenos o inmediatistas, mucho amiguismo,
un abuso pornográfico de la condición de desterrado, en las redes, como hermanos
de una gran borrachera o un gran despecho.
Pero no los responsabilizo
por ello. Entiendo la horrible situación en la que estamos. Las redes nos sirve
para descargarnos, y a falta de espacios de consagración se entiende el impulso
por el reconocimiento, así sea egolátrico. Pero, ¿eso es pensar o crear? ¿Qué iniciativa tenemos que pueda reunir espacios de
discusión serios, en un momento donde carecemos de ello? No creo que sea
suficiente con lo que hace notablemente Prodavinci, ni lo que hizo en su momento
la revista Puente o la Fundación de la
Cultura Urbana (o lo que siguen haciendo importantes Galerías y pequeños recintos,
la gente de Lugar Común y otras pequeñas editoriales), y menos aún me parece
que debamos destacar el hecho de que uno que otro se mueva en los blogs, en una
que otra revista o publicación existente.
Afortunadamente hay unos
creadores que siguen, que saben ser discretos, y hay otros que buscan
perfeccionarse en los debates públicos. Hay que saber discriminarlos y, si se
puede, hacer estos criterios visibles, en eso que una vez se llamó educación
del “gusto” que no debería darse exclusivamente bajo criterios estéticos sino
críticos, reflexivos.
Pero insisto, sobre todo para
aquellos que se embelesan con algunas intervenciones: más que entronización,
debe haber discusión. Lo que menos tenemos en Venezuela es crítica: crítica
literaria, crítica cinematográfica, crítica cultural, crítica social y pública,
más allá de lo que hacen insignes investigadores aislados en pequeñas islas de
la academia y en blogs. Así como nuestra oposición está deslucida, fragmentada,
sin ideario, así sucede con nuestra “intelligentzia”:
se ha quedado sin nuevos lenguajes para analizar y pensar el fenómeno, atrapada
en la mirada inmediata o en la voz de las grandes celebridades que se escuchan
como sentencias absolutas (y los pocos que sí lo hacen se han quedado sin
públicos, sin editores, sin espacios para hacerse visibles).
Un ejemplo lo podemos ver en
otro escenario. Comparemos cómo se ha ido dando la Feria del Arte en Venezuela
con el Artbo en Colombia. Mientras en la primera poco a poco se han ido
privilegiando los grandes y viejos nombres, destacando cada vez más el valor
comercial por encima de otras instancias de legitimación, en el evento
colombiano, sin dejar de tener esos elementos, se ha ido trabajando para darle
más coherencia al concepto del evento, y además se han ido incluyendo diversos
espacios para que los especialistas puedan discutir con los creadores y lo
publicistas: al lado de los estantes de promoción, se brindan foros de
discusión con académicos y creadores. Eso en Venezuela sería imposible.
Crítica y no criticadera,
ciertamente. Espacios para disentir, reflexionar, abrir líneas de pensamiento,
de disenso y acuerdo: nuevos lenguajes, teorías, estilos y escrituras. El
chavismo en sus pobres políticas culturales ha logrado algo raro y perverso:
fomentar la creación y acabar con la reflexión crítica, extremando una
tendencia global. Concursos de novela, de poesía, que convirtieron a todo el
mundo en poeta, en creador, en “genio”, mientras se quitaba presupuesto a
universidades, se eliminaba a gente independiente en instituciones, se
contrataba a sus mafias culturales en sus
trabajos.
He visto mucha fetichización
del oficio intelectual, muchos sensacionalismo, con pocos medios de discusión y
difusión, gestos narcisistas desde las pequeñas parcelas que tiene cada uno,
pontificándose o mostrando sus buenos aforismas. Pensamos y reflexionamos desde
unos cuantos caracteres, mientras somos expertos para criticar a la MUD o a La
Salida como los responsables de todo, desde luego. Ante ello, podría
preguntarme: ¿Y quién critica a los intelectuales, muchos ahora pequeños
notables del antichavismo? ¿Quién critica a los creadores, a quienes no se
puede ni decir “ñ” porque te cae medio mundo ya que hay que defender la
“producción venezolana”? ¿Están de verdad pensando el país, proponiendo agendas
interesantes para la discusión y el debate, o más bien están usando la
situación para reificarse, salir en alguna revista importante, vender buenos
libros, hacer crónicas y artículos de lo mal que estamos, escribir twitters
ingeniosos del vacío de país? ¿Están produciendo cosas tan buenas y excelentes
que debemos sólo admirarlas, sin pensarlas? ¿Frente al Festival Mundial de
Poesía del chavismo, la alternativa opositora será algo como “Manifiesto País”?
No digo eso para acusar a
nadie o para desmerecer muchos trabajos importantes, sólo abro la pregunta para
pensar. ¿O es que el evento no debe
justamente obligarnos a ello, siendo un homenaje al “pensamiento nacional”?
Además, voy más allá:
¿estamos valorando a nuestros escritores e intelectuales públicos por el debate
que abren, por las discusiones que proponen, por los nuevos lenguajes que
generan para abrir otras perspectivas? ¿O les damos legitimidad simplemente
porque el mercado editorial lo hace, porque los pequeños grupos institucionales
de las empresas oposicionistas que quedan lo hacen, porque el círculo de amigos
de la camada intelectual del momento le da su abrazo legitimador o porque
escriben muy bonito en contra del chavismo?
Sólo estoy preguntándome, sin
querer señalar a nadie, a ver si podemos usar criterios más certeros para este
tipos de asuntos desde la esfera pública y sus diversas comunidades lectoras;
la situación no los exige, no los demanda. No son juegos. Soy de los que creo
que hay que defender la autonomía cultural, artística y estética desde todos
sus ámbitos, denunciando los avances dictatoriales del régimen, pero también
criticando el desdén y la negación de la oposición por esa labor.
Esta comunidad que comprende
no sólo creadores, sino también críticos, productores culturales, libreros,
periodista, editores, artistas, bibliotecarios y curadores, debe ser cambiante
y exigente consigo misma, debe pensarse mejor desde la diferencia, y no sólo
ser vigilante contra el autoritarismo del gobierno, sino también contra el
facilismo mediático y privado, el amiguismo y el exclusivismo; ambos se dan de
la mano. Debe entender también que ciertos principios de institucionalidad
republicana le pueden servir para preservar su lugar para un futuro y por eso
no es malo pensar estos espacios como ejercicio de imaginación para un tiempo
por-venir.
En esa plural y diversa
comunidad de la letra, la ficción y el arte, en esos espacios de la crítica y
la creación, está depositado el archivo de lo futuro y de lo posible de un
país: sus sueños, fantasías, críticas, miradas, reflexiones. Mientras más
cambiante, rigurosa, autocrítica e incluyente sea (sin caer en el populismo),
más inspiradora será para pensar la “comunidad imaginada” nacional y sus
relaciones con el afuera, algo de lo que estamos careciendo.
Por eso siento que debemos pensar
algunos espacios y ser críticos para subir el nivel. Pensar por ejemplo los
siguientes puntos: 1) ¿Cómo se está dando la labor de difusión cultural entre
nuestros intelectuales?, es decir, ¿se están promoviendo trabajos y discusiones
de otras partes, se está “traduciendo” para elevar los criterios de la
comunidades de lectores, o más bien estamos viéndonos el ombligo o
reificándonos nosotros mismos? 2) ¿Cómo estamos uniendo a la gente que está
afuera con la que está adentro?, ¿hay instituciones que estén trabajando para
mejorar los intercambios?, ¿hay empresarios dispuestos a ayudar? Muchas cosas
por pensar y por trabajar. Muchas cosas para “manifestar”.
Creo que el trabajo de Lisbeth Salas
ha inspirado, desde sus aportes y deficiencias, estas reflexiones. Yo creo que
ella y otros podrían tomar en cuenta lo que digo para futuros eventos,
considerando que como excelente fotógrafa y editora tiene contactos importantes
y tiene posibilidades que otros no han tenido para realizar eventos de esta
magnitud. De lo contrario todo se lo habrá llevado el viento, o la nueva moda
del enclave mediático del “chavismo opositor”, una franquicia muy buena para
darse a conocer afuera y ganar el aplauso de la gente.